viernes

¡Puaj, qué lindo!



Yo ví muchas cosas ahí adentro.

sábado

Abriendo los suspiros

De noche, mi perfume de alguna forma misteriosa se empieza a oler como si fusen las 9 de la mañana y recién saliera disparado del tarro cuadrado hacia mi piel; ahí es cuando pierdo la mirada.
Una misma idea me da vueltas por el corazón hasta que el ventrículo izquierdo no soporta más y se vence. La respiración se corta y de improviso, violentamente, un suspiro me devuelve la calma como después de la tormenta, y cerrando los ojos dejo mi cuerpo sin aire; cerrando los ojos es como más me gusta llorar.
En silencio, ojos que quisieran ser mirados se lavan preparando a las pupilas para nuevos sueños, que seguramente nunca recuerde, pero que van a quedar debajo de mis uñas, sucios y olvidados.
Entonces las pestañas mojadas se chocan, y mi perfume se huele. Me toco el cuello para untar un poco de aroma en mis yemas y comprobar que no estoy imaginando.
No estoy imaginando, huelo a perfume, rico, de flores, no de coronas; estoy viva, me faltan cosas, pero a veces pienso que así es más lindo.

jueves

Cuento hasta mañana

Quiero desangrarme y que las palabras vayan tomando volumen con el citoplasma. Quiero decirle a la mala suerte seguí participando.
Me gustaría caminar por mucho tiempo hasta lograr el equilibrio que necesito para caminar por las paredes. Ya lo logré en el agua, pero era más fácil porque pensaba que era fernet. ¿Qué puedo pensar que es un edificio? No quiero ser la mujer araña pero quiero tener esa facilidad de atacar cabos. Quiero tener todo el día esa sensación que deja la música que me gusta mucho como si de a poco me elevara un poquito, de la cintura para arriba nada más; los pies siempre en la tierra, lamentablemente.
Hoy fue un día productivo, creo que fue porque me voy a una fiesta.
No hay nada más que pueda hacer hoy, así que me mato hasta mañana.

domingo

El futuro está dentro tuyo. Sacalo.

El futuro es cierto, aunque muchas personas creen que no lo tienen. Aunque su futuro sea morirse, sigue siendo futuro. O pero aún, seguir viviendo sin pesar que existe un futuro para ellos, morirse en vida, morirse buscando algo y no darse cuenta de que lo que buscás está debajo de tus pies.

Silvia pensaba eso, que su suerte en la vida consistía en su trabajo como enfermera en un hospital público, quizás con algún roce interesante con algún médico en una de las largas e interminables noches de guardia. Pero sabía que sus aptitudes físicas e intereses generales daban más con el perfil de empleado de limpieza del hospital. Ya estaba resignada a encontrar un hombre que valga la pena. No pedía mucho, quería que por lo menos cuando él salga con los amigos la lleve y pueda emborracharse a la par de sus botellas vacías.

No era una persona hábil para ver un poco más allá, no se daba cuenta que detrás de los frascos de orina había un mundo que ella era capaz de conocer mucho mejor que vos y que yo.

La idea de recoger frascos de análisis, primero llenos y después vacios, no le producía más que un extremo arraigo a su realidad que la dejaba sin la posibilidad de soñar. Tener un sueño para Silvia era tener lo contrario a una pesadilla, algo personalmente lamentable. Mientras la mayoría de las personas sueñan con algo, aunque fuese un monopatín con motor, existe otra parte de la población que se duerme imaginando cosas, posibles o no, que cobran un milésimo de vida en una mente. Simplemente se escapan de alguna realidad para solucionarla con un sueño. Relajan la mente con lo que causa el nudo; algo así como las huelgas japonesas: la mente produce más.
El primer día de Marzo, dos personas de azul y una de verde musgo tocaron la puerta de Silvia y le instalaron el cable. La de verde, el portero, se quedo a cambiar un cuerito.
Ese mismo día Silvia empezó a disfrutar de las comodidades del cable, películas románticas por la tarde, y por la noche un zapping rápido e indiscreto por canales sin señal.
El fin de semana la acompañaron fuertes lluvias intermitentes ideales para acostarse con facturas y un café en la cama. Enganchó unos documentales de infinito acerca de ciencias místicas, brujas y cartas astrales. Se interesó bastante en la adivinación con la borra del café, y como el suyo se había terminado no dudó en probar. Según sus predicciones, algo viejo iba a cambiarle la vida y -dato curioso- debía soñar más. Acto seguido, durmió la siesta hasta la mañana siguiente.
Siguió con su rutina de análisis amarillos. Muy aburrida, de a poco imaginó, y un rato después, empezó a soñar. Se acordó del programa con el que había podido leer la borra de su café.
Estaba sola en el laboratorio vaciando los frascos de orina cuando se le ocurrió jugar con ellos. Entre una taza de café y un frasco no hay muchas diferencias, salvo el contenido; la técnica para leerlos sería la misma; cuestión de probar y divertirse en las últimas horas de un lunes laboral. Empezó con los tarros de mujeres, sintió que podía imaginar más los problemas femeninos, no por empatía natural, sino porque los entendía en carne propia.
Al comienzo sus predicciones tenían que ver con la salud, como era de esperar algunas iban a ser madres muy pronto, y otras tantas tendrían problemas en su cuerpo. Pero se dejó lo mejor para el final. Cuando los tarros se estaban terminando, Silvia empezó a ver más allá. Pudo descifrar romances en puerta, suerte en los negocios, sorpresas para algunos y peligros para otros. Los días convirtieron a la actividad nueva en hobby, se pasaba horas tratando de adivinar qué pasaría en las vidas de otras personas, pero hasta el momento nunca había conocido a nadie que pudiera decirle si sus predicciones eran verdaderas o falsas hasta que un frasco muy especial llegó a sus manos, el de alguien conocido, el de una de sus compañeras de hospital.
La curiosidad que despertó en Silvia fue incalculable y sin dudas, lo primero que hizo fue esperar a que el bioquímico realice los estudios pertinentes, así ella podía vaciar el contenido y quedarse con el frasco para adivinar el futuro de su compañera y poder de alguna manera comprobarlo.
No puedo dejar de contar lo que Silvia vio en los restos de orín: embarazo y un marido cruel que preferiría a otra mujer antes que aun hijo. Además de que tenía que cuidar el trabajo y comer más alimentos con hierro.
Muy emocionada y contenta con lo que había podido descubrir, no se dio cuenta de que su horario había terminado y que estaba llegando tarde a cuidar a una anciana enferma del otro lado de la ciudad. Se tomó un taxi en la esquina, y de repente, se olvidó de porqué le estaba diciendo al taxista que se apure, sus palabras exigían más velocidad y sus pensamientos no hacía más que convencer a su corazón de que quería quedarse toda la vida adentro de ese taxi.
Silvia se sonrojaba cada vez más y el taxista tampoco pudo resistir ese algo que había en el ambiente mezcla de deseo y temor. Se lo dijo; le preguntó cómo se llamaba, si quería ir tomar algo con él al día siguiente. Silvia dudo. Dudó mucho, pero la duda en la mujer es – casi siempre- es un sí; aceptó.
Una semana después Silvia se arreglaba para la cuarta cita y su corazón se preparaba para explotar de amor por Raúl, el taxista. Dos meses después Silvia se preparaba para decirle que estaba completamente enamorada y él se preparaba para mentirle un poco más.
Después de que sus hormonas se calmasen un poco y la rutina del nuevo amor le hiciera acordar que su trabajo era vaciar muestras de orín, volvió con su hobby de la adivinación.
Antes de irse del hospital escuchó llantos en el pasillo, salió y encontró a su compañera desconsolada con un chocolate en la mano. Mente retorcida y aprovechando la falta de barreras de la inconsolable mujer, Silvia quiso comprobar lo que había visto en el frasco de análisis. Tres suspiros más tarde se enteraba que Mabel estaba embarazada y que cuando el marido lo supo la dejó sola eligiendo el nombre del bebé.
No pudo disimular su alegría, al fin era buena para algo. Entre sonrisas calladas con palabras serias de respeto y congoja para con su compañera, le aconsejo que se vaya a su casa y que descanse, su hijo era más importante que cualquier otra cosa. Con muy pocas palabras pudo calmarla y reconfortarla en un momento de angustia, notó que lo hacía muy bien sin sentirlo demasiado, pero sin hacer notar que lo que le estaba diciendo no le importaba mucho.
A partir de ese episodio Silvia sintió que los frascos de análisis eran más que frascos vacios, eran ventanas llenas de futuro, llenas de ese algo que le faltaba a su vida.
Silvia veía el futuro en tarros de muestras: donde las personas tiran lo que sus cuerpos despiden, ella podía vislumbrar lo que iba a venir. Su vida cambió como nunca jamás imaginó, tuvo un futuro cuando nunca pensó en tenerlo. Después de ingeniárselas para seguir comprobando sus habilidades, siguiendo a pacientes y consultando sin permiso historias clínicas quiso contárselo a Raúl.
Él no le creyó ni la mitad de las cosas hasta que un ejemplo le trajo un confuso deja vú. Algo de una compañera enfermera, un hijo y un hombre que abandona. Silvia nunca supo el nombre del hombre que tanto hizo llorar a Mabel, si eso hubiera pasado Raúl tendría que haber dado grandes explicaciones a dos mujeres enfermeras trabajando en un mismo hospital.
Para evitar las preguntas que las incomodidades sacan a relucir Raúl fue sincero con Silvia y le contó lo que ella no querría haber escuchado, no por vergüenza, sino porque esa verdad la ponía enfrente de un realidad que siempre tubo muy en clara, pero que gracias a él había aprendido a dejar atrás y a vivir un poco de las sorpresas mínimas que la vida le ponía dulcemente en la cara.
Raúl lo dijo, Silvia se enteró de su pasado.
Lo tomó bastante bien, sólo hizo una pregunta que Raúl respondió con una mentira más. Después de haber contado su pasado no podía permitir que de los detalles surjan dudas existenciales que pudieran arruinar ese momento de alivio. Raúl le contó que había trabajado por muchos años en un hospital, pero nunca le dijo en cuál. Sí le dijo que por ciertas circunstancias de la vida, por el cansancio y la fastidia que le producía limpiar había dejado el hospital por el taxi.
Raúl, ahora, era del todo el perfil de Silvia. Un poco menos de orgullo para ella, pero en fin: era lo que tenía, y la llenaba. De todos modos hubo algo que él despertó en ella y para sacarlo afuera de una vez por todas, tuvo una gran idea. A ella también le hacía falta un cambio, él supo cómo seguir zafándola un poco más y a la vez hacer feliz a Silvia hasta el día de hoy.



sábado

Con jazmines

Hace dos años que siento que me miran y que una campana dejó de pedir ayuda. Pero hoy es un día tan lindo...

viernes

La libertad viaja en colectivo

Una polilla quería llegar al obelisco para conocer el centro de la ciudad. Aunque le habían dicho que era muy peligrosa, su espíritu salvaje se atrevió más que su duda.
No sabía como hacer para llegar, entonces apoyando sus patitas en el piso, le preguntó a una cucaracha que le dijo que agarre derecho Corrientes o Córdoba o Santa Fe, pero la polilla tampoco sabía dónde quedaban esas calles y como estaba en Zapiola y Federico Lacroze, se tomó el 168.
No encontró asiento vacio y para evitar los magullones que las frenadas del colectivo le proferían si se quedaba quieta, empezó a volar. Muy tranquila iba de asiento en asiento, de agarra manos en agarra manos haciendo zigzag entre los pasajeros. Una señora que estaba parada al lado del último asiento la descubrió y asombrada la comenzó a seguir con la mirada. La polilla incómoda ante la mirada de la extraña voló más fuerte, pero siempre hacia el mismo lugar y una por una las personas fueron levantando la cabeza y admirando a la polilla. Todo el colectivo siguió el recorrido del insecto y muchos desearon que se apoyara sobre sus hombros pero ninguno lo pensó tan fuerte como para que pasara.
El 168 llegó a Corrientes y 9 de Julio y la polilla, sin tocar el timbre, se bajó llevándose los pensamientos de libertad de todas las personas que estaban en el colectivo.

miércoles

Dormida sentí placer

Ahí arriba, esa noche fue la noche que mejor dormí en mi vida.
Bajo el sonido del infinito, la oscuridad de la montaña y el frío de estar muy lejos, mis ojos fueron los últimos que se cerraron esa noche.
Los saludos de la luna me durmieron profundamente en un hipnótico sueño. Tapada solamente con mi bolsa de dormir y una frazada prestada me dejé llevar por el cansancio y la satisfacción de estar ahí, increíblemente en medio de la nada, de todo, de una montaña gigante, de una mente en crecimiento.
Pasaron horas, capaz que fueron siglos, no lo sé, yo seguía hundida en ese microespacio que me imantaba. No soñé, dormí tan contenta que no necesité soñar, mi mente y el alrededor se llevaron de lujo, una perfecta convivencia, la paz misma.
Mi respiración se mezclaba con el ambiente. Por horas dejé de existir, mi cuerpo seguía dentro de la bolsa de dormir pero mi persona no estaba, no respondía; creo que conoció la libertad y pospuso la vuelta hasta que se cansó.

zzz, me hubiese gustado verme dormir, zzz.
Bajo el sonido de una puerta de madera, de gente desayunando y más maderas crujiendo, mis ojos fueron los últimos en abrirse.
Ahí arriba, esa mañana fue la mañana más feliz de mi vida.

martes

Ví la luz

Y la luz me dijo poniéndome los ojos achinados: vos no podés hacer esto, no te sale, lero-lero. Yo la seguía mirando como podía. Me hacía mucho mal, en ese momento me hubiese gustado tener mis anteojos de sol Infinit. La luz me seguía hablando y mientras más achinaba mis ojos, cuatro rayos dorados se hacían más intensos. Yo pensaba que si hacía que mis párpados se cerraran más, haciendo mucha fuerza y pensando en el odio que tenía acumulado hacia a luz, por ahí explotara. Pero me cansé demasiado, los ojos me dolieron y los cerré. Los cerré, y muchos círculos blancos aparecieron frente a mí mareándome, perdí el equilibrio y abrí los ojos. Pensé: Agus, ojo con tus ojos, no es bueno mirar directamente a la luz, te puede llevar. Pero a esa altura, ¿a dónde me iba a llevar?, ya estaba acá, ¿iba a haber algo peor? Nahh, no lo creí.
Miré otra vez fijo a la luz, entrecerré mis ojos como antes, volvieron a aparecer los cuatro fantásticos rayos dorados, pero yo no me hice atrás, los absorbí. Abrí mis ojos grandes dejando entrar toda la luz en mis pupilas, los cuatro pesos pesados de la luz se fueron disipando y de cada uno, se separaron bastantes rayos de la misma longitud pero mucho más anoréxicas que sus madres. Ya fue, yo abro los ojos de verdad como cuándo algo me sorprende, ahí fue cuando la líneas lánguidas y anoréxicas se hicieron enanas; anoréxicas y encima enanas. -No existís- dije por dentro, qué fácil que se achican, si lo hubiese sabido antes, hubiese mirado el eclipse de sol de ayer. Ahora voy a tener que esperar 50 años y mis ojos no sé si se van a envalentonar como recién.
No importa, una vez me salió y ahora no me para nadie. Así, aprendí algo: “divide y reinarás”. De última me quedaba un haz(*) bajo la manga: me arrastraba a ciegas hasta el interruptor y cortaba la luz de una.

(*) Nótese “as”. Cuak.

lunes

El olor de las mañanas

Si piensan que las mañanas tienen un olor especial, es verdad. La mañana huele distinto, huele a futuro prometedor, a día sin usar, a un día que hay que estrenar. Se huele un don que pocos o nadie sabe usar: el verdadero olor de las mañanas.
Nazareno tenía veintidós adolescentes años, un trabajo durante la semana para pagar sus fines de semana de alcohol, cigarrillos y gustos que a su edad tenía bien desarrollados, quizás lo único en claro que tenía en su vida. El estudio, bien gracias. Si no puedes con él, únetele; así que siguió adelante con ingeniería, nunca se supo por cuál año iba, pero sí se supo en el que tendría que haber estado.
Habitación para él solo en una familia de cinco: cinco años con cada marido que su madre había tenido, cinco años peleando con su padre y sinco-mentarios.
Su familia nunca tuvo que ver con lo que a él le pasaba, apenas se daban cuenta de su sensibilidad cuando mostraba pequeñas cuotas de su capacidad. Desde afuera del departamento donde vivían sabía, olía, lo que su madre estaba cocinando. Eso no es gran cosa, cualquiera lo puede hacer…
Nazareno se levantaba en las mañanas y podía conocer y saber todo lo que le iba a pasar durante el día. Su primer respiro matinal le traía aires de futuro.

Con su nariz él podía captar los olores que iba a recorrer durante su día, las comidas, los lugares, el miedo, la alegría, la excitación, marcas de cigarrillos, e incluso el aroma de la afortunada con la que iba a compartir su intimidad. “Qué rico perfume”. ¡Matador!. Siempre la misma frase cínica. Él ya sabía todo lo que iba a pasar, no lo había visto en sueños, ni siquiera imaginado despierto, tampoco presentido gracias a un sexto sentido: simplemente lo había olido por la mañana.
No importaba cuánto había tomado y fumado la noche anterior, el siempre se levantaba con su mundo de olores y perfumes en la nariz. Algunos de sus amigos más íntimos, lo deben haber sospechado. Siempre tenía las respuestas correctas y su día minuciosamente planeado cuando en realidad convivía con su desorden vivencial arraigado en todos los aspectos de su vida. Sólo su nariz imponía el carril a seguir, y por lo general, su búsqueda de presente consistía en hacerle caso a su órgano olfativo hasta encontrar a la chica con la que olería la lujuria y el placer, pero antes debía conocer otras jóvenes hasta encontrar el mismo aroma que había olido en la mañana.
Un domingo se levantó resfriado; una loca noche de tequila y cerveza, y una morocha salida de un colegio de monjas. Frío calor, frío calor = condensación = resfrío x tomar algo frío.
Ese día no olió, pero la amnesia de la noche anterior también le hizo olvidar sus primeros respiros matinales con el futuro del día. El malestar de la resaca le duró hasta el lunes.

El martes fue otro día, pensó que su hígado podría soportar más alcohol; lo soportó.
Miércoles descansó. Jueves, comenzó el fin de semana. Nazareno olía mañana tras mañana, eso le daba seguridad, confianza y una aparente superioridad que nadie más que él notaba.
Una mañana de domingo se despertó, abrió los ojos y la nariz, se sentó en la cama, miró por la ventana, olió su futuro y los ojos le saltaron como nunca. Olió lo que nunca quiso pensar que podría oler, sintió el aroma agrio y vinagroso de su muerte. Pero esta vez, la nariz no le dio la antelación a los actos que siempre le daba. Nazareno olió su muerte y sin poderlo creer, atónito e inesperado, murió de un ataque al corazón.