lunes

La otra cafeína

Él Estaba bajando las escaleras mientras disfrutaba de un feo café de máquina. Cuando llegaba al subsuelo, antes del último escalón se quemó un nudillo con una gota de café. Puteó un poco por el dolor y otro poco por tener que trabajar. Melodías polifónica empezaron a sonar y un temblor lo invadió desde abajo hacia arriba. El sonido se apoderaba de él cada vez más fuerte e insoportable y sus gestos, muy de apoco, fueron acompañando el ritmo hasta que miles de movimientos salieron todos juntos de su cuerpo creando un baile espástico e inolvidable. Se le desató la cordura sin que se dé cuenta y varios pares de miradas comenzaron a moverse sin poder mantenerse en pie.
El volumen se subió hasta el máximo y él estalló en un trance sonoro hasta el punto de acompañar cada melodía con la voz. Un brazo por acá, las piernas mucho más allá y el sonido jugando al hula hula con su cuerpo.
En el minuto 4, segundo 32, él fue solamente un cuerpo tratando de enderezarse con los ojos en su camisa manchada de café y la sensación de que todo lo que entra por un oído no sale por el otro.

miércoles

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Una caña de bamboo me escuchaba mientras exponía delante de un río las razones por las que hice lo que terminé. El viento se llevaba mis silogismos, los hacía rebotar sobre una botella y luego los dejaba del otro lado del río, donde yo no podía alcanzarlos.
Las hormigas se agobiaron de tanto ruido y lo cargaron hasta el nido de un flamenco. Empolladas no soportaron el calor y se derritieron, yo eso nunca lo supe, por eso seguí hablando y pensando que estaba haciendo bien. Es que me cuesta entender que alguien pueda sentir en porcentajes cada segundo de respiración.