De noche, mi perfume de alguna forma misteriosa se empieza a oler como si fusen las 9 de la mañana y recién saliera disparado del tarro cuadrado hacia mi piel; ahí es cuando pierdo la mirada.
Una misma idea me da vueltas por el corazón hasta que el ventrículo izquierdo no soporta más y se vence. La respiración se corta y de improviso, violentamente, un suspiro me devuelve la calma como después de la tormenta, y cerrando los ojos dejo mi cuerpo sin aire; cerrando los ojos es como más me gusta llorar.
En silencio, ojos que quisieran ser mirados se lavan preparando a las pupilas para nuevos sueños, que seguramente nunca recuerde, pero que van a quedar debajo de mis uñas, sucios y olvidados.
Entonces las pestañas mojadas se chocan, y mi perfume se huele. Me toco el cuello para untar un poco de aroma en mis yemas y comprobar que no estoy imaginando.
No estoy imaginando, huelo a perfume, rico, de flores, no de coronas; estoy viva, me faltan cosas, pero a veces pienso que así es más lindo.
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