Un día sentí un golpe muy fuerte en la puerta de mi casa. No tocaron el timbre, ni tampoco se quedó nadie parado esperando pasar. La mirilla no me mostraba nada. Había un pasillo con dos puertas, en una colgaba un adorno de navidad viejo que llamaba la atención al 5 de marzo. La otra puerta estaba de costado y solo veía el marco despintado.
Busqué mis llaves y abrí. Al instante me cayeron en los pies cientos de cartas que nunca me habían llegado.
Todas con diferentes remitentes y todas dirigidas a la misma persona, a mí.
Muchos sobres, algunas revistas, ninguna cuenta sin pagar. Todos eran papeles que podrían haber cambiado las acciones importantes de mi vida. Eran consejos sin escuchar, palabras justas para decir, gestos por hacer y sobre todo, decisiones acertadas.
Era peor que el ántrax. Era el peor de los venenos químicos o biológicos o del que quieran, era el propio veneno de la frustración, el ácido que el propio cuerpo produce cuando el enojo empieza a subir y la impotencia se queda pegada a la piel. Me pasé un día entero leyendo, llorando y pensando todo lo que hice desde 2005 hasta ahora.
Todo eso que no hice estaba tocándome la puerta, de repente, sin aire y con la convicción de amargarme.
No sé si es que el destino tocó mi puerta un poco tarde y de golpe, o si tengo un cartero que me odia. Lo que sé es que más de mil cartas se atropellaron en mi departamento 13 y las leí a todas, una por una.
Me intriga saber donde estuvieron todo este tiempo, macerándose para que yo las lea en el momento justo, aunque ese momento fuera varios años más tarde.
Las voy a contestar, después de tanto pensar todo merece mi festejo. Así que la respuesta va a ser organizar una fiesta por todas a las que falté durante este tiempo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Glup!
Sin palabras! Besos
Alonso
Publicar un comentario