Una polilla quería llegar al obelisco para conocer el centro de la ciudad. Aunque le habían dicho que era muy peligrosa, su espíritu salvaje se atrevió más que su duda.
No sabía como hacer para llegar, entonces apoyando sus patitas en el piso, le preguntó a una cucaracha que le dijo que agarre derecho Corrientes o Córdoba o Santa Fe, pero la polilla tampoco sabía dónde quedaban esas calles y como estaba en Zapiola y Federico Lacroze, se tomó el 168.
No encontró asiento vacio y para evitar los magullones que las frenadas del colectivo le proferían si se quedaba quieta, empezó a volar. Muy tranquila iba de asiento en asiento, de agarra manos en agarra manos haciendo zigzag entre los pasajeros. Una señora que estaba parada al lado del último asiento la descubrió y asombrada la comenzó a seguir con la mirada. La polilla incómoda ante la mirada de la extraña voló más fuerte, pero siempre hacia el mismo lugar y una por una las personas fueron levantando la cabeza y admirando a la polilla. Todo el colectivo siguió el recorrido del insecto y muchos desearon que se apoyara sobre sus hombros pero ninguno lo pensó tan fuerte como para que pasara.
El 168 llegó a Corrientes y 9 de Julio y la polilla, sin tocar el timbre, se bajó llevándose los pensamientos de libertad de todas las personas que estaban en el colectivo.
viernes
miércoles
Dormida sentí placer
Ahí arriba, esa noche fue la noche que mejor dormí en mi vida.
Bajo el sonido del infinito, la oscuridad de la montaña y el frío de estar muy lejos, mis ojos fueron los últimos que se cerraron esa noche.
Los saludos de la luna me durmieron profundamente en un hipnótico sueño. Tapada solamente con mi bolsa de dormir y una frazada prestada me dejé llevar por el cansancio y la satisfacción de estar ahí, increíblemente en medio de la nada, de todo, de una montaña gigante, de una mente en crecimiento.
Pasaron horas, capaz que fueron siglos, no lo sé, yo seguía hundida en ese microespacio que me imantaba. No soñé, dormí tan contenta que no necesité soñar, mi mente y el alrededor se llevaron de lujo, una perfecta convivencia, la paz misma.
Mi respiración se mezclaba con el ambiente. Por horas dejé de existir, mi cuerpo seguía dentro de la bolsa de dormir pero mi persona no estaba, no respondía; creo que conoció la libertad y pospuso la vuelta hasta que se cansó.
zzz, me hubiese gustado verme dormir, zzz.
Bajo el sonido de una puerta de madera, de gente desayunando y más maderas crujiendo, mis ojos fueron los últimos en abrirse.
Ahí arriba, esa mañana fue la mañana más feliz de mi vida.
Bajo el sonido del infinito, la oscuridad de la montaña y el frío de estar muy lejos, mis ojos fueron los últimos que se cerraron esa noche.
Los saludos de la luna me durmieron profundamente en un hipnótico sueño. Tapada solamente con mi bolsa de dormir y una frazada prestada me dejé llevar por el cansancio y la satisfacción de estar ahí, increíblemente en medio de la nada, de todo, de una montaña gigante, de una mente en crecimiento.
Pasaron horas, capaz que fueron siglos, no lo sé, yo seguía hundida en ese microespacio que me imantaba. No soñé, dormí tan contenta que no necesité soñar, mi mente y el alrededor se llevaron de lujo, una perfecta convivencia, la paz misma.
Mi respiración se mezclaba con el ambiente. Por horas dejé de existir, mi cuerpo seguía dentro de la bolsa de dormir pero mi persona no estaba, no respondía; creo que conoció la libertad y pospuso la vuelta hasta que se cansó.
zzz, me hubiese gustado verme dormir, zzz.
Bajo el sonido de una puerta de madera, de gente desayunando y más maderas crujiendo, mis ojos fueron los últimos en abrirse.
Ahí arriba, esa mañana fue la mañana más feliz de mi vida.
martes
Ví la luz
Y la luz me dijo poniéndome los ojos achinados: vos no podés hacer esto, no te sale, lero-lero. Yo la seguía mirando como podía. Me hacía mucho mal, en ese momento me hubiese gustado tener mis anteojos de sol Infinit. La luz me seguía hablando y mientras más achinaba mis ojos, cuatro rayos dorados se hacían más intensos. Yo pensaba que si hacía que mis párpados se cerraran más, haciendo mucha fuerza y pensando en el odio que tenía acumulado hacia a luz, por ahí explotara. Pero me cansé demasiado, los ojos me dolieron y los cerré. Los cerré, y muchos círculos blancos aparecieron frente a mí mareándome, perdí el equilibrio y abrí los ojos. Pensé: Agus, ojo con tus ojos, no es bueno mirar directamente a la luz, te puede llevar. Pero a esa altura, ¿a dónde me iba a llevar?, ya estaba acá, ¿iba a haber algo peor? Nahh, no lo creí.
Miré otra vez fijo a la luz, entrecerré mis ojos como antes, volvieron a aparecer los cuatro fantásticos rayos dorados, pero yo no me hice atrás, los absorbí. Abrí mis ojos grandes dejando entrar toda la luz en mis pupilas, los cuatro pesos pesados de la luz se fueron disipando y de cada uno, se separaron bastantes rayos de la misma longitud pero mucho más anoréxicas que sus madres. Ya fue, yo abro los ojos de verdad como cuándo algo me sorprende, ahí fue cuando la líneas lánguidas y anoréxicas se hicieron enanas; anoréxicas y encima enanas. -No existís- dije por dentro, qué fácil que se achican, si lo hubiese sabido antes, hubiese mirado el eclipse de sol de ayer. Ahora voy a tener que esperar 50 años y mis ojos no sé si se van a envalentonar como recién.
No importa, una vez me salió y ahora no me para nadie. Así, aprendí algo: “divide y reinarás”. De última me quedaba un haz(*) bajo la manga: me arrastraba a ciegas hasta el interruptor y cortaba la luz de una.
(*) Nótese “as”. Cuak.
Miré otra vez fijo a la luz, entrecerré mis ojos como antes, volvieron a aparecer los cuatro fantásticos rayos dorados, pero yo no me hice atrás, los absorbí. Abrí mis ojos grandes dejando entrar toda la luz en mis pupilas, los cuatro pesos pesados de la luz se fueron disipando y de cada uno, se separaron bastantes rayos de la misma longitud pero mucho más anoréxicas que sus madres. Ya fue, yo abro los ojos de verdad como cuándo algo me sorprende, ahí fue cuando la líneas lánguidas y anoréxicas se hicieron enanas; anoréxicas y encima enanas. -No existís- dije por dentro, qué fácil que se achican, si lo hubiese sabido antes, hubiese mirado el eclipse de sol de ayer. Ahora voy a tener que esperar 50 años y mis ojos no sé si se van a envalentonar como recién.
No importa, una vez me salió y ahora no me para nadie. Así, aprendí algo: “divide y reinarás”. De última me quedaba un haz(*) bajo la manga: me arrastraba a ciegas hasta el interruptor y cortaba la luz de una.
(*) Nótese “as”. Cuak.
lunes
El olor de las mañanas
Si piensan que las mañanas tienen un olor especial, es verdad. La mañana huele distinto, huele a futuro prometedor, a día sin usar, a un día que hay que estrenar. Se huele un don que pocos o nadie sabe usar: el verdadero olor de las mañanas.
Nazareno tenía veintidós adolescentes años, un trabajo durante la semana para pagar sus fines de semana de alcohol, cigarrillos y gustos que a su edad tenía bien desarrollados, quizás lo único en claro que tenía en su vida. El estudio, bien gracias. Si no puedes con él, únetele; así que siguió adelante con ingeniería, nunca se supo por cuál año iba, pero sí se supo en el que tendría que haber estado.
Habitación para él solo en una familia de cinco: cinco años con cada marido que su madre había tenido, cinco años peleando con su padre y sinco-mentarios.
Su familia nunca tuvo que ver con lo que a él le pasaba, apenas se daban cuenta de su sensibilidad cuando mostraba pequeñas cuotas de su capacidad. Desde afuera del departamento donde vivían sabía, olía, lo que su madre estaba cocinando. Eso no es gran cosa, cualquiera lo puede hacer…
Nazareno se levantaba en las mañanas y podía conocer y saber todo lo que le iba a pasar durante el día. Su primer respiro matinal le traía aires de futuro.
Con su nariz él podía captar los olores que iba a recorrer durante su día, las comidas, los lugares, el miedo, la alegría, la excitación, marcas de cigarrillos, e incluso el aroma de la afortunada con la que iba a compartir su intimidad. “Qué rico perfume”. ¡Matador!. Siempre la misma frase cínica. Él ya sabía todo lo que iba a pasar, no lo había visto en sueños, ni siquiera imaginado despierto, tampoco presentido gracias a un sexto sentido: simplemente lo había olido por la mañana.
No importaba cuánto había tomado y fumado la noche anterior, el siempre se levantaba con su mundo de olores y perfumes en la nariz. Algunos de sus amigos más íntimos, lo deben haber sospechado. Siempre tenía las respuestas correctas y su día minuciosamente planeado cuando en realidad convivía con su desorden vivencial arraigado en todos los aspectos de su vida. Sólo su nariz imponía el carril a seguir, y por lo general, su búsqueda de presente consistía en hacerle caso a su órgano olfativo hasta encontrar a la chica con la que olería la lujuria y el placer, pero antes debía conocer otras jóvenes hasta encontrar el mismo aroma que había olido en la mañana.
Un domingo se levantó resfriado; una loca noche de tequila y cerveza, y una morocha salida de un colegio de monjas. Frío calor, frío calor = condensación = resfrío x tomar algo frío.
Ese día no olió, pero la amnesia de la noche anterior también le hizo olvidar sus primeros respiros matinales con el futuro del día. El malestar de la resaca le duró hasta el lunes.
El martes fue otro día, pensó que su hígado podría soportar más alcohol; lo soportó.
Miércoles descansó. Jueves, comenzó el fin de semana. Nazareno olía mañana tras mañana, eso le daba seguridad, confianza y una aparente superioridad que nadie más que él notaba.
Una mañana de domingo se despertó, abrió los ojos y la nariz, se sentó en la cama, miró por la ventana, olió su futuro y los ojos le saltaron como nunca. Olió lo que nunca quiso pensar que podría oler, sintió el aroma agrio y vinagroso de su muerte. Pero esta vez, la nariz no le dio la antelación a los actos que siempre le daba. Nazareno olió su muerte y sin poderlo creer, atónito e inesperado, murió de un ataque al corazón.
Nazareno tenía veintidós adolescentes años, un trabajo durante la semana para pagar sus fines de semana de alcohol, cigarrillos y gustos que a su edad tenía bien desarrollados, quizás lo único en claro que tenía en su vida. El estudio, bien gracias. Si no puedes con él, únetele; así que siguió adelante con ingeniería, nunca se supo por cuál año iba, pero sí se supo en el que tendría que haber estado.
Habitación para él solo en una familia de cinco: cinco años con cada marido que su madre había tenido, cinco años peleando con su padre y sinco-mentarios.
Su familia nunca tuvo que ver con lo que a él le pasaba, apenas se daban cuenta de su sensibilidad cuando mostraba pequeñas cuotas de su capacidad. Desde afuera del departamento donde vivían sabía, olía, lo que su madre estaba cocinando. Eso no es gran cosa, cualquiera lo puede hacer…
Nazareno se levantaba en las mañanas y podía conocer y saber todo lo que le iba a pasar durante el día. Su primer respiro matinal le traía aires de futuro.
Con su nariz él podía captar los olores que iba a recorrer durante su día, las comidas, los lugares, el miedo, la alegría, la excitación, marcas de cigarrillos, e incluso el aroma de la afortunada con la que iba a compartir su intimidad. “Qué rico perfume”. ¡Matador!. Siempre la misma frase cínica. Él ya sabía todo lo que iba a pasar, no lo había visto en sueños, ni siquiera imaginado despierto, tampoco presentido gracias a un sexto sentido: simplemente lo había olido por la mañana.
No importaba cuánto había tomado y fumado la noche anterior, el siempre se levantaba con su mundo de olores y perfumes en la nariz. Algunos de sus amigos más íntimos, lo deben haber sospechado. Siempre tenía las respuestas correctas y su día minuciosamente planeado cuando en realidad convivía con su desorden vivencial arraigado en todos los aspectos de su vida. Sólo su nariz imponía el carril a seguir, y por lo general, su búsqueda de presente consistía en hacerle caso a su órgano olfativo hasta encontrar a la chica con la que olería la lujuria y el placer, pero antes debía conocer otras jóvenes hasta encontrar el mismo aroma que había olido en la mañana.
Un domingo se levantó resfriado; una loca noche de tequila y cerveza, y una morocha salida de un colegio de monjas. Frío calor, frío calor = condensación = resfrío x tomar algo frío.
Ese día no olió, pero la amnesia de la noche anterior también le hizo olvidar sus primeros respiros matinales con el futuro del día. El malestar de la resaca le duró hasta el lunes.
El martes fue otro día, pensó que su hígado podría soportar más alcohol; lo soportó.
Miércoles descansó. Jueves, comenzó el fin de semana. Nazareno olía mañana tras mañana, eso le daba seguridad, confianza y una aparente superioridad que nadie más que él notaba.
Una mañana de domingo se despertó, abrió los ojos y la nariz, se sentó en la cama, miró por la ventana, olió su futuro y los ojos le saltaron como nunca. Olió lo que nunca quiso pensar que podría oler, sintió el aroma agrio y vinagroso de su muerte. Pero esta vez, la nariz no le dio la antelación a los actos que siempre le daba. Nazareno olió su muerte y sin poderlo creer, atónito e inesperado, murió de un ataque al corazón.
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