Si piensan que las mañanas tienen un olor especial, es verdad. La mañana huele distinto, huele a futuro prometedor, a día sin usar, a un día que hay que estrenar. Se huele un don que pocos o nadie sabe usar: el verdadero olor de las mañanas.
Nazareno tenía veintidós adolescentes años, un trabajo durante la semana para pagar sus fines de semana de alcohol, cigarrillos y gustos que a su edad tenía bien desarrollados, quizás lo único en claro que tenía en su vida. El estudio, bien gracias. Si no puedes con él, únetele; así que siguió adelante con ingeniería, nunca se supo por cuál año iba, pero sí se supo en el que tendría que haber estado.
Habitación para él solo en una familia de cinco: cinco años con cada marido que su madre había tenido, cinco años peleando con su padre y sinco-mentarios.
Su familia nunca tuvo que ver con lo que a él le pasaba, apenas se daban cuenta de su sensibilidad cuando mostraba pequeñas cuotas de su capacidad. Desde afuera del departamento donde vivían sabía, olía, lo que su madre estaba cocinando. Eso no es gran cosa, cualquiera lo puede hacer…
Nazareno se levantaba en las mañanas y podía conocer y saber todo lo que le iba a pasar durante el día. Su primer respiro matinal le traía aires de futuro.
Con su nariz él podía captar los olores que iba a recorrer durante su día, las comidas, los lugares, el miedo, la alegría, la excitación, marcas de cigarrillos, e incluso el aroma de la afortunada con la que iba a compartir su intimidad. “Qué rico perfume”. ¡Matador!. Siempre la misma frase cínica. Él ya sabía todo lo que iba a pasar, no lo había visto en sueños, ni siquiera imaginado despierto, tampoco presentido gracias a un sexto sentido: simplemente lo había olido por la mañana.
No importaba cuánto había tomado y fumado la noche anterior, el siempre se levantaba con su mundo de olores y perfumes en la nariz. Algunos de sus amigos más íntimos, lo deben haber sospechado. Siempre tenía las respuestas correctas y su día minuciosamente planeado cuando en realidad convivía con su desorden vivencial arraigado en todos los aspectos de su vida. Sólo su nariz imponía el carril a seguir, y por lo general, su búsqueda de presente consistía en hacerle caso a su órgano olfativo hasta encontrar a la chica con la que olería la lujuria y el placer, pero antes debía conocer otras jóvenes hasta encontrar el mismo aroma que había olido en la mañana.
Un domingo se levantó resfriado; una loca noche de tequila y cerveza, y una morocha salida de un colegio de monjas. Frío calor, frío calor = condensación = resfrío x tomar algo frío.
Ese día no olió, pero la amnesia de la noche anterior también le hizo olvidar sus primeros respiros matinales con el futuro del día. El malestar de la resaca le duró hasta el lunes.
El martes fue otro día, pensó que su hígado podría soportar más alcohol; lo soportó.
Miércoles descansó. Jueves, comenzó el fin de semana. Nazareno olía mañana tras mañana, eso le daba seguridad, confianza y una aparente superioridad que nadie más que él notaba.
Una mañana de domingo se despertó, abrió los ojos y la nariz, se sentó en la cama, miró por la ventana, olió su futuro y los ojos le saltaron como nunca. Olió lo que nunca quiso pensar que podría oler, sintió el aroma agrio y vinagroso de su muerte. Pero esta vez, la nariz no le dio la antelación a los actos que siempre le daba. Nazareno olió su muerte y sin poderlo creer, atónito e inesperado, murió de un ataque al corazón.
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4 comentarios:
Este me parece que lo conocía
Sí, hay un par de personas que lo conocen y miles que no.
yo no lo conocia, muy bueno agus te quiero nena.
Gracias mil!
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