domingo

El futuro está dentro tuyo. Sacalo.

El futuro es cierto, aunque muchas personas creen que no lo tienen. Aunque su futuro sea morirse, sigue siendo futuro. O pero aún, seguir viviendo sin pesar que existe un futuro para ellos, morirse en vida, morirse buscando algo y no darse cuenta de que lo que buscás está debajo de tus pies.

Silvia pensaba eso, que su suerte en la vida consistía en su trabajo como enfermera en un hospital público, quizás con algún roce interesante con algún médico en una de las largas e interminables noches de guardia. Pero sabía que sus aptitudes físicas e intereses generales daban más con el perfil de empleado de limpieza del hospital. Ya estaba resignada a encontrar un hombre que valga la pena. No pedía mucho, quería que por lo menos cuando él salga con los amigos la lleve y pueda emborracharse a la par de sus botellas vacías.

No era una persona hábil para ver un poco más allá, no se daba cuenta que detrás de los frascos de orina había un mundo que ella era capaz de conocer mucho mejor que vos y que yo.

La idea de recoger frascos de análisis, primero llenos y después vacios, no le producía más que un extremo arraigo a su realidad que la dejaba sin la posibilidad de soñar. Tener un sueño para Silvia era tener lo contrario a una pesadilla, algo personalmente lamentable. Mientras la mayoría de las personas sueñan con algo, aunque fuese un monopatín con motor, existe otra parte de la población que se duerme imaginando cosas, posibles o no, que cobran un milésimo de vida en una mente. Simplemente se escapan de alguna realidad para solucionarla con un sueño. Relajan la mente con lo que causa el nudo; algo así como las huelgas japonesas: la mente produce más.
El primer día de Marzo, dos personas de azul y una de verde musgo tocaron la puerta de Silvia y le instalaron el cable. La de verde, el portero, se quedo a cambiar un cuerito.
Ese mismo día Silvia empezó a disfrutar de las comodidades del cable, películas románticas por la tarde, y por la noche un zapping rápido e indiscreto por canales sin señal.
El fin de semana la acompañaron fuertes lluvias intermitentes ideales para acostarse con facturas y un café en la cama. Enganchó unos documentales de infinito acerca de ciencias místicas, brujas y cartas astrales. Se interesó bastante en la adivinación con la borra del café, y como el suyo se había terminado no dudó en probar. Según sus predicciones, algo viejo iba a cambiarle la vida y -dato curioso- debía soñar más. Acto seguido, durmió la siesta hasta la mañana siguiente.
Siguió con su rutina de análisis amarillos. Muy aburrida, de a poco imaginó, y un rato después, empezó a soñar. Se acordó del programa con el que había podido leer la borra de su café.
Estaba sola en el laboratorio vaciando los frascos de orina cuando se le ocurrió jugar con ellos. Entre una taza de café y un frasco no hay muchas diferencias, salvo el contenido; la técnica para leerlos sería la misma; cuestión de probar y divertirse en las últimas horas de un lunes laboral. Empezó con los tarros de mujeres, sintió que podía imaginar más los problemas femeninos, no por empatía natural, sino porque los entendía en carne propia.
Al comienzo sus predicciones tenían que ver con la salud, como era de esperar algunas iban a ser madres muy pronto, y otras tantas tendrían problemas en su cuerpo. Pero se dejó lo mejor para el final. Cuando los tarros se estaban terminando, Silvia empezó a ver más allá. Pudo descifrar romances en puerta, suerte en los negocios, sorpresas para algunos y peligros para otros. Los días convirtieron a la actividad nueva en hobby, se pasaba horas tratando de adivinar qué pasaría en las vidas de otras personas, pero hasta el momento nunca había conocido a nadie que pudiera decirle si sus predicciones eran verdaderas o falsas hasta que un frasco muy especial llegó a sus manos, el de alguien conocido, el de una de sus compañeras de hospital.
La curiosidad que despertó en Silvia fue incalculable y sin dudas, lo primero que hizo fue esperar a que el bioquímico realice los estudios pertinentes, así ella podía vaciar el contenido y quedarse con el frasco para adivinar el futuro de su compañera y poder de alguna manera comprobarlo.
No puedo dejar de contar lo que Silvia vio en los restos de orín: embarazo y un marido cruel que preferiría a otra mujer antes que aun hijo. Además de que tenía que cuidar el trabajo y comer más alimentos con hierro.
Muy emocionada y contenta con lo que había podido descubrir, no se dio cuenta de que su horario había terminado y que estaba llegando tarde a cuidar a una anciana enferma del otro lado de la ciudad. Se tomó un taxi en la esquina, y de repente, se olvidó de porqué le estaba diciendo al taxista que se apure, sus palabras exigían más velocidad y sus pensamientos no hacía más que convencer a su corazón de que quería quedarse toda la vida adentro de ese taxi.
Silvia se sonrojaba cada vez más y el taxista tampoco pudo resistir ese algo que había en el ambiente mezcla de deseo y temor. Se lo dijo; le preguntó cómo se llamaba, si quería ir tomar algo con él al día siguiente. Silvia dudo. Dudó mucho, pero la duda en la mujer es – casi siempre- es un sí; aceptó.
Una semana después Silvia se arreglaba para la cuarta cita y su corazón se preparaba para explotar de amor por Raúl, el taxista. Dos meses después Silvia se preparaba para decirle que estaba completamente enamorada y él se preparaba para mentirle un poco más.
Después de que sus hormonas se calmasen un poco y la rutina del nuevo amor le hiciera acordar que su trabajo era vaciar muestras de orín, volvió con su hobby de la adivinación.
Antes de irse del hospital escuchó llantos en el pasillo, salió y encontró a su compañera desconsolada con un chocolate en la mano. Mente retorcida y aprovechando la falta de barreras de la inconsolable mujer, Silvia quiso comprobar lo que había visto en el frasco de análisis. Tres suspiros más tarde se enteraba que Mabel estaba embarazada y que cuando el marido lo supo la dejó sola eligiendo el nombre del bebé.
No pudo disimular su alegría, al fin era buena para algo. Entre sonrisas calladas con palabras serias de respeto y congoja para con su compañera, le aconsejo que se vaya a su casa y que descanse, su hijo era más importante que cualquier otra cosa. Con muy pocas palabras pudo calmarla y reconfortarla en un momento de angustia, notó que lo hacía muy bien sin sentirlo demasiado, pero sin hacer notar que lo que le estaba diciendo no le importaba mucho.
A partir de ese episodio Silvia sintió que los frascos de análisis eran más que frascos vacios, eran ventanas llenas de futuro, llenas de ese algo que le faltaba a su vida.
Silvia veía el futuro en tarros de muestras: donde las personas tiran lo que sus cuerpos despiden, ella podía vislumbrar lo que iba a venir. Su vida cambió como nunca jamás imaginó, tuvo un futuro cuando nunca pensó en tenerlo. Después de ingeniárselas para seguir comprobando sus habilidades, siguiendo a pacientes y consultando sin permiso historias clínicas quiso contárselo a Raúl.
Él no le creyó ni la mitad de las cosas hasta que un ejemplo le trajo un confuso deja vú. Algo de una compañera enfermera, un hijo y un hombre que abandona. Silvia nunca supo el nombre del hombre que tanto hizo llorar a Mabel, si eso hubiera pasado Raúl tendría que haber dado grandes explicaciones a dos mujeres enfermeras trabajando en un mismo hospital.
Para evitar las preguntas que las incomodidades sacan a relucir Raúl fue sincero con Silvia y le contó lo que ella no querría haber escuchado, no por vergüenza, sino porque esa verdad la ponía enfrente de un realidad que siempre tubo muy en clara, pero que gracias a él había aprendido a dejar atrás y a vivir un poco de las sorpresas mínimas que la vida le ponía dulcemente en la cara.
Raúl lo dijo, Silvia se enteró de su pasado.
Lo tomó bastante bien, sólo hizo una pregunta que Raúl respondió con una mentira más. Después de haber contado su pasado no podía permitir que de los detalles surjan dudas existenciales que pudieran arruinar ese momento de alivio. Raúl le contó que había trabajado por muchos años en un hospital, pero nunca le dijo en cuál. Sí le dijo que por ciertas circunstancias de la vida, por el cansancio y la fastidia que le producía limpiar había dejado el hospital por el taxi.
Raúl, ahora, era del todo el perfil de Silvia. Un poco menos de orgullo para ella, pero en fin: era lo que tenía, y la llenaba. De todos modos hubo algo que él despertó en ella y para sacarlo afuera de una vez por todas, tuvo una gran idea. A ella también le hacía falta un cambio, él supo cómo seguir zafándola un poco más y a la vez hacer feliz a Silvia hasta el día de hoy.



1 comentario:

Harta del Glamour dijo...

Todos tenemos algo de Silvia!!! Todos somos muchos mas arriesgados a la hora de soñar que a la hora de vivir la experiencia.
Por eso hoy a la noche, voy a leer los restos de pipí que quedan en mi inodoro, en una de esas mi futuro sea mas aventurero que el que me vengo proyectando este ultimo tiempo.

Besos y excelente el cuento!!!