martes

Temperatura ambiente

Hubo un día que la puerta se abrió sola y los espasmos salieron corriendo tan lentos como su asma se los permitía.
Para poder quedarse del lado de afuera todos tuvieron que pisar el césped y cavar bastante profundo para dejarse caer bajo tierra. Porque el viento que había adentro de la casa espantaba hasta a las hojas más secas que a pesar de todo siempre se dejan llevar, no importa por quién.
Al living se le revolvió el estómago y la cocina quedó deshecha como si el viento en vez de soplar hubiese mordido. Las cortinas se quedaron suspendidas queriendo tocar el techo y doblando sus abdominales para llegar fuertes al verano, pero todavía faltaba mucho para el verano y las paredes se daban cuenta. Las luces se apagaron solas para evitar el miedo que tendrían si la intención de quedarse a oscuras fuese de otro. Y en ese momento, mirando en escala de grises y jugando a la mancha pared, quisieron entrar a su casa y terminar con todo ese invierno yéndose a dormir.

A veces pasa

Luz roja y avanza. Lleva puesto un vestido amarillo con puntillas descoloradas por el tiempo y sandalias en invierno.
Camina con el viento en la cara y el flequillo mucho más atrás. Avanza más rápido, y aunque lo sea, se hace la distraída. Lo ve y no lo saluda porque ignora a todos los que no perdona. Pudo haber sido un encuentro casual pero todos los que lo vimos supimos que fue planeado por él que con un impermeable rojo gritaba que lo mire.
Cerca de ahí había una cámara de seguridad que miraba siempre para el mismo lado y sólo lo llegó a captar a él, que se paró para mirarla alejarse entre la humedad y las hojas que caían por ahí.

lunes

Mito urbano 1

Si alguna vez te preguntaste porqué la gente juega con las baldosas, vas por el camino correcto. Y esas personas que caminan y juegan a la vez, también lo están.
Yo sé que les llevo ventaja y no quiero más esa sensación extraña de liderazgo ocasional causado por la ignorancia de alguien. Por eso es que se los voy a decir.
En Buenos Aires hay millones de baldosas, más o menos gastadas, enteras o en partes, pero existe una baldosa que nunca fue pisada. Sí, es raro, pero es la verdad, hay una sola que nunca sintió el peso de alguien, ni el roce de un pie. Siente los aterrizajes de papeles, el inseparable cariño de un chicle, pero nunca una suela.
Ahora que lo pensás decís que debe haber más de una, pero no. Hay una sola, esperando cual Penélope ahí quieta sin poder hacer nada.