martes
jueves
martes
Temperatura ambiente
Hubo un día que la puerta se abrió sola y los espasmos salieron corriendo tan lentos como su asma se los permitía.
Para poder quedarse del lado de afuera todos tuvieron que pisar el césped y cavar bastante profundo para dejarse caer bajo tierra. Porque el viento que había adentro de la casa espantaba hasta a las hojas más secas que a pesar de todo siempre se dejan llevar, no importa por quién.
Al living se le revolvió el estómago y la cocina quedó deshecha como si el viento en vez de soplar hubiese mordido. Las cortinas se quedaron suspendidas queriendo tocar el techo y doblando sus abdominales para llegar fuertes al verano, pero todavía faltaba mucho para el verano y las paredes se daban cuenta. Las luces se apagaron solas para evitar el miedo que tendrían si la intención de quedarse a oscuras fuese de otro. Y en ese momento, mirando en escala de grises y jugando a la mancha pared, quisieron entrar a su casa y terminar con todo ese invierno yéndose a dormir.
Para poder quedarse del lado de afuera todos tuvieron que pisar el césped y cavar bastante profundo para dejarse caer bajo tierra. Porque el viento que había adentro de la casa espantaba hasta a las hojas más secas que a pesar de todo siempre se dejan llevar, no importa por quién.
Al living se le revolvió el estómago y la cocina quedó deshecha como si el viento en vez de soplar hubiese mordido. Las cortinas se quedaron suspendidas queriendo tocar el techo y doblando sus abdominales para llegar fuertes al verano, pero todavía faltaba mucho para el verano y las paredes se daban cuenta. Las luces se apagaron solas para evitar el miedo que tendrían si la intención de quedarse a oscuras fuese de otro. Y en ese momento, mirando en escala de grises y jugando a la mancha pared, quisieron entrar a su casa y terminar con todo ese invierno yéndose a dormir.
A veces pasa
Luz roja y avanza. Lleva puesto un vestido amarillo con puntillas descoloradas por el tiempo y sandalias en invierno.
Camina con el viento en la cara y el flequillo mucho más atrás. Avanza más rápido, y aunque lo sea, se hace la distraída. Lo ve y no lo saluda porque ignora a todos los que no perdona. Pudo haber sido un encuentro casual pero todos los que lo vimos supimos que fue planeado por él que con un impermeable rojo gritaba que lo mire.
Cerca de ahí había una cámara de seguridad que miraba siempre para el mismo lado y sólo lo llegó a captar a él, que se paró para mirarla alejarse entre la humedad y las hojas que caían por ahí.
Camina con el viento en la cara y el flequillo mucho más atrás. Avanza más rápido, y aunque lo sea, se hace la distraída. Lo ve y no lo saluda porque ignora a todos los que no perdona. Pudo haber sido un encuentro casual pero todos los que lo vimos supimos que fue planeado por él que con un impermeable rojo gritaba que lo mire.
Cerca de ahí había una cámara de seguridad que miraba siempre para el mismo lado y sólo lo llegó a captar a él, que se paró para mirarla alejarse entre la humedad y las hojas que caían por ahí.
lunes
Mito urbano 1
Si alguna vez te preguntaste porqué la gente juega con las baldosas, vas por el camino correcto. Y esas personas que caminan y juegan a la vez, también lo están.
Yo sé que les llevo ventaja y no quiero más esa sensación extraña de liderazgo ocasional causado por la ignorancia de alguien. Por eso es que se los voy a decir.
En Buenos Aires hay millones de baldosas, más o menos gastadas, enteras o en partes, pero existe una baldosa que nunca fue pisada. Sí, es raro, pero es la verdad, hay una sola que nunca sintió el peso de alguien, ni el roce de un pie. Siente los aterrizajes de papeles, el inseparable cariño de un chicle, pero nunca una suela.
Ahora que lo pensás decís que debe haber más de una, pero no. Hay una sola, esperando cual Penélope ahí quieta sin poder hacer nada.
Yo sé que les llevo ventaja y no quiero más esa sensación extraña de liderazgo ocasional causado por la ignorancia de alguien. Por eso es que se los voy a decir.
En Buenos Aires hay millones de baldosas, más o menos gastadas, enteras o en partes, pero existe una baldosa que nunca fue pisada. Sí, es raro, pero es la verdad, hay una sola que nunca sintió el peso de alguien, ni el roce de un pie. Siente los aterrizajes de papeles, el inseparable cariño de un chicle, pero nunca una suela.
Ahora que lo pensás decís que debe haber más de una, pero no. Hay una sola, esperando cual Penélope ahí quieta sin poder hacer nada.
Víctor
Víctor era un hombre alto, pero no llamaba la atención solamente por su altura, había dos rasgos mucho más característicos que hacían que el nombre pegara exactamente con su rostro. Víctor era alto y albino. Era alto, albino y tenía una nariz que le daba un toque de pingüino.
La primera vez que lo ví fue en un colectivo de una línea que hoy no existe más, él bostezó y dejó en evidencia que no iba al dentista hacía por lo menos dos años. Me llamó la atención, la curiosidad y me llamó para darme el asiento. Me senté y tres paradas más tarde él se sentó adelante mío. Con un largo viaje por delante, Víctor apoyó la cabeza en la ventana del colectivo y se durmió. Yo no podía dejar de mirarlo, sabía que algo especial tenía y lo confirmé cuando, de repente, se movió, arrastró la nariz por el vidrio y un ruido muy bajito se escuchó. Había rayado el vidrio con la nariz, haciéndole una tajada.
Sus marcadas características personales no eran más que un disfraz para tapar y acompañar una rareza. Suprema anomalía que hacía que Víctor cortara vidrios con su nariz.
Se bajó antes que yo y nunca más lo vi. Traté varias veces de encontrarlo subiendo al mismo colectivo a la misma hora, observando todas las ventanas de colectivos para encontrar una pista de rareza que haya dejado por ahí.
Esta claro que no conozco su nombre, que Víctor es el que yo le puse de acuerdo a su cara. Y justo ahora estoy pensando en cambiárselo; su habilidad es más fuerte, y seguramente tenga un nombre que lo defina un poco más.
Estoy segura que tiene varios apodos, pero que con ninguno está conforme.
Y puedo deducir que cuando se canse de su rutina va a ser un excelente ladrón de joyas.
Ayuda: necesito más nombres para el que corta vidrios con la nariz.
La primera vez que lo ví fue en un colectivo de una línea que hoy no existe más, él bostezó y dejó en evidencia que no iba al dentista hacía por lo menos dos años. Me llamó la atención, la curiosidad y me llamó para darme el asiento. Me senté y tres paradas más tarde él se sentó adelante mío. Con un largo viaje por delante, Víctor apoyó la cabeza en la ventana del colectivo y se durmió. Yo no podía dejar de mirarlo, sabía que algo especial tenía y lo confirmé cuando, de repente, se movió, arrastró la nariz por el vidrio y un ruido muy bajito se escuchó. Había rayado el vidrio con la nariz, haciéndole una tajada.
Sus marcadas características personales no eran más que un disfraz para tapar y acompañar una rareza. Suprema anomalía que hacía que Víctor cortara vidrios con su nariz.
Se bajó antes que yo y nunca más lo vi. Traté varias veces de encontrarlo subiendo al mismo colectivo a la misma hora, observando todas las ventanas de colectivos para encontrar una pista de rareza que haya dejado por ahí.
Esta claro que no conozco su nombre, que Víctor es el que yo le puse de acuerdo a su cara. Y justo ahora estoy pensando en cambiárselo; su habilidad es más fuerte, y seguramente tenga un nombre que lo defina un poco más.
Estoy segura que tiene varios apodos, pero que con ninguno está conforme.
Y puedo deducir que cuando se canse de su rutina va a ser un excelente ladrón de joyas.
Ayuda: necesito más nombres para el que corta vidrios con la nariz.
I´m not dead yet
Estaban viniendo a matarme y yo en mi casa esperaba el encuentro para nada tranquila. Quería irme, pero no podía, no tenía el derecho de salir corriendo necesitaba morirme o salvarme.
Estaba en la cocina de casa, sabía que alguien venía a matarme, mi mamá me lo había advertido, me dijo que él llegaba entre las 5.30 y las 7 de la tarde. Fue la hora y media que más me avejentó en toda mi vida. Cada minuto se estiraba tanto que volvía a repetirse y hasta mis nervios querían escaparse.
Buscaba armas, medios para defenderme, pero nada me bastaba, en ese momento nada te saca esa adrenalina negativa que no hace más que pasar los límites de velocidad en tu sangre.
Yo no dejaba de mirar por la ventana esperando a ver a la persona que quería pegarme un tiro, ahorcarme, ahogarme, lastimarme.
Escuchaba detrás de la puerta y el ascensor me ponía nerviosa. Improvisaba con unos palos que milagrosamente encontré detrás de un sillón, pero mi cabeza no podía controlar a mi cuerpo y era realmente mala golpeando. El reloj no avanzaba, nadie venía, nada pasaba afuera y adentro estaba yo encerrada en mi propio miedo, ensayando el 911 para que vengan a ayudarme.
A las 7 menos dos minutos abrí la puerta con la respiración más tranquila pensando que ya todo había pasado y no había sido más que el mayor susto de mi vida. Pero lo ví. Bajaba del ascensor muy tranquilo y me miró como si viniera a tomar mate con bizcochos. Cerré la puerta con escándalo y corrí a buscar el palo, lo esperé cerca de la puerta en posición de defensa. La abrió, me dijo “hola” y empezó a caminar hacía mí con las manos vacías. Yo sabía que no me iba a ir bien, tenía todo para perder.
Seguía caminando y llegó hasta un metro mío, pero cual encanto de la Cenicienta que termina a las 12, desapareció en el aire dejando un pequeño rastro de humo, miré el reloj y eran las 7:01. Me quedé quieta sin creer lo que me había pasado, estaba viva, había pasado la hora crítica y me salvé porque él llegó tarde a matarme.
Estaba en la cocina de casa, sabía que alguien venía a matarme, mi mamá me lo había advertido, me dijo que él llegaba entre las 5.30 y las 7 de la tarde. Fue la hora y media que más me avejentó en toda mi vida. Cada minuto se estiraba tanto que volvía a repetirse y hasta mis nervios querían escaparse.
Buscaba armas, medios para defenderme, pero nada me bastaba, en ese momento nada te saca esa adrenalina negativa que no hace más que pasar los límites de velocidad en tu sangre.
Yo no dejaba de mirar por la ventana esperando a ver a la persona que quería pegarme un tiro, ahorcarme, ahogarme, lastimarme.
Escuchaba detrás de la puerta y el ascensor me ponía nerviosa. Improvisaba con unos palos que milagrosamente encontré detrás de un sillón, pero mi cabeza no podía controlar a mi cuerpo y era realmente mala golpeando. El reloj no avanzaba, nadie venía, nada pasaba afuera y adentro estaba yo encerrada en mi propio miedo, ensayando el 911 para que vengan a ayudarme.
A las 7 menos dos minutos abrí la puerta con la respiración más tranquila pensando que ya todo había pasado y no había sido más que el mayor susto de mi vida. Pero lo ví. Bajaba del ascensor muy tranquilo y me miró como si viniera a tomar mate con bizcochos. Cerré la puerta con escándalo y corrí a buscar el palo, lo esperé cerca de la puerta en posición de defensa. La abrió, me dijo “hola” y empezó a caminar hacía mí con las manos vacías. Yo sabía que no me iba a ir bien, tenía todo para perder.
Seguía caminando y llegó hasta un metro mío, pero cual encanto de la Cenicienta que termina a las 12, desapareció en el aire dejando un pequeño rastro de humo, miré el reloj y eran las 7:01. Me quedé quieta sin creer lo que me había pasado, estaba viva, había pasado la hora crítica y me salvé porque él llegó tarde a matarme.
martes
La venganza del cartero
Un día sentí un golpe muy fuerte en la puerta de mi casa. No tocaron el timbre, ni tampoco se quedó nadie parado esperando pasar. La mirilla no me mostraba nada. Había un pasillo con dos puertas, en una colgaba un adorno de navidad viejo que llamaba la atención al 5 de marzo. La otra puerta estaba de costado y solo veía el marco despintado.
Busqué mis llaves y abrí. Al instante me cayeron en los pies cientos de cartas que nunca me habían llegado.
Todas con diferentes remitentes y todas dirigidas a la misma persona, a mí.
Muchos sobres, algunas revistas, ninguna cuenta sin pagar. Todos eran papeles que podrían haber cambiado las acciones importantes de mi vida. Eran consejos sin escuchar, palabras justas para decir, gestos por hacer y sobre todo, decisiones acertadas.
Era peor que el ántrax. Era el peor de los venenos químicos o biológicos o del que quieran, era el propio veneno de la frustración, el ácido que el propio cuerpo produce cuando el enojo empieza a subir y la impotencia se queda pegada a la piel. Me pasé un día entero leyendo, llorando y pensando todo lo que hice desde 2005 hasta ahora.
Todo eso que no hice estaba tocándome la puerta, de repente, sin aire y con la convicción de amargarme.
No sé si es que el destino tocó mi puerta un poco tarde y de golpe, o si tengo un cartero que me odia. Lo que sé es que más de mil cartas se atropellaron en mi departamento 13 y las leí a todas, una por una.
Me intriga saber donde estuvieron todo este tiempo, macerándose para que yo las lea en el momento justo, aunque ese momento fuera varios años más tarde.
Las voy a contestar, después de tanto pensar todo merece mi festejo. Así que la respuesta va a ser organizar una fiesta por todas a las que falté durante este tiempo.
Busqué mis llaves y abrí. Al instante me cayeron en los pies cientos de cartas que nunca me habían llegado.
Todas con diferentes remitentes y todas dirigidas a la misma persona, a mí.
Muchos sobres, algunas revistas, ninguna cuenta sin pagar. Todos eran papeles que podrían haber cambiado las acciones importantes de mi vida. Eran consejos sin escuchar, palabras justas para decir, gestos por hacer y sobre todo, decisiones acertadas.
Era peor que el ántrax. Era el peor de los venenos químicos o biológicos o del que quieran, era el propio veneno de la frustración, el ácido que el propio cuerpo produce cuando el enojo empieza a subir y la impotencia se queda pegada a la piel. Me pasé un día entero leyendo, llorando y pensando todo lo que hice desde 2005 hasta ahora.
Todo eso que no hice estaba tocándome la puerta, de repente, sin aire y con la convicción de amargarme.
No sé si es que el destino tocó mi puerta un poco tarde y de golpe, o si tengo un cartero que me odia. Lo que sé es que más de mil cartas se atropellaron en mi departamento 13 y las leí a todas, una por una.
Me intriga saber donde estuvieron todo este tiempo, macerándose para que yo las lea en el momento justo, aunque ese momento fuera varios años más tarde.
Las voy a contestar, después de tanto pensar todo merece mi festejo. Así que la respuesta va a ser organizar una fiesta por todas a las que falté durante este tiempo.
Presasor
El sol entraba por la ventana decolorando el sillón de siempre hasta que las cortinas volaron por el humo de más que un cigarrillo. Las sombras se movieron rápidas y silenciosas hasta desaparecer en las paredes llenas de euforia.
Se escuchó que llegaba el ascensor, que alguien bajaba cargado con bolsas de supermercado y las llaves hicieron de campana. La puerta se abrió, una figura apareció llenando el marco y un hilo transparente cruzo la habitación de lado a lado. De repente una estatua se convirtió en persona y las serpentinas empezaron a sonar fuerte callando a todos los papeles picados. Las palmas se escondían de a poco cuando una sombra aparecía en la pared amarilla, recién pintada. La figura se quedo quieta, muy quieta y salió corriendo. Bajó las escaleras siendo seguida por todos los chiflidos y gritos que la aplastaban contra los pasillos, y se fue.
Recién cuando llegó a la calle una gran bocanada de aire despertó a los que incrédulos estaban esperando una respuesta detrás de la puerta del quinto “c”.
Alguien se sacó la peluca violeta y todos lo miraron con asombro al descubrir que en verdad era pelado. Miles de palabras empezaron a volar y sólo algunas llegaban a los oídos de otros. La indignación pintó el cuadro colorido en un gris acuarelado como cuando un día de lluvia, pero antes de que empiece a llover, alguien se decide a mirar por la ventana y descubrir que no sólo el paisaje es lo que está gris y comienza a llorar dejando caer los colores de lo que ve.
Sonó el teléfono y otra vez, todos se callaron para escuchar. Nadie sabía qué hacer así que esperaron un rato más. Hasta que la noche llegó, los palitos se acabaron y por fin, dejaron en libertad a ese departamento usurpado por desconocidos vestidos con ridículos sombreros. Detrás de un árbol una sombra esperaba ver papelitos de colores esfumarse. Cuando los vio decidió intentar volver a abrir la puerta. Se sintió mejor cuando logró darse cuenta de lo que había hecho; cuando no dejó que la sorprendan sino que sorprendió por la tangente a varios pares de ojos atónitos.
Se escuchó que llegaba el ascensor, que alguien bajaba cargado con bolsas de supermercado y las llaves hicieron de campana. La puerta se abrió, una figura apareció llenando el marco y un hilo transparente cruzo la habitación de lado a lado. De repente una estatua se convirtió en persona y las serpentinas empezaron a sonar fuerte callando a todos los papeles picados. Las palmas se escondían de a poco cuando una sombra aparecía en la pared amarilla, recién pintada. La figura se quedo quieta, muy quieta y salió corriendo. Bajó las escaleras siendo seguida por todos los chiflidos y gritos que la aplastaban contra los pasillos, y se fue.
Recién cuando llegó a la calle una gran bocanada de aire despertó a los que incrédulos estaban esperando una respuesta detrás de la puerta del quinto “c”.
Alguien se sacó la peluca violeta y todos lo miraron con asombro al descubrir que en verdad era pelado. Miles de palabras empezaron a volar y sólo algunas llegaban a los oídos de otros. La indignación pintó el cuadro colorido en un gris acuarelado como cuando un día de lluvia, pero antes de que empiece a llover, alguien se decide a mirar por la ventana y descubrir que no sólo el paisaje es lo que está gris y comienza a llorar dejando caer los colores de lo que ve.
Sonó el teléfono y otra vez, todos se callaron para escuchar. Nadie sabía qué hacer así que esperaron un rato más. Hasta que la noche llegó, los palitos se acabaron y por fin, dejaron en libertad a ese departamento usurpado por desconocidos vestidos con ridículos sombreros. Detrás de un árbol una sombra esperaba ver papelitos de colores esfumarse. Cuando los vio decidió intentar volver a abrir la puerta. Se sintió mejor cuando logró darse cuenta de lo que había hecho; cuando no dejó que la sorprendan sino que sorprendió por la tangente a varios pares de ojos atónitos.
miércoles
Tengo ganas de estar callada
Hay algo que está ahí dentro, moviéndose de un lado al otro sin hacer ruido. Te molesta no escuchar, no sabés qué pasa ahora, ni qué va a pasar.
Te incomoda ese zumbido de tu conciencia que no te deja tranquilo y tu lengua hace lo posible por ocultarlo. Todo el mundo habla sin parar, y no entendés como se puede dejar de hablar, y yo no entiendo como se puede hablar hasta estallar. Miles de choques en el aire, y tus oídos no dan abasto, ¿escuchaste eso? Pasó alguien que me salvó la vida y te dijo al oído:
“Cuando te das cuenta que escuchar los silencios es aprender a ver otras señales, sabés que a partir de ahí podés estar tranquilo. Porque aprendés que si algo no dice nada, es porque por otro lado se están anidando miles de posibilidades que vos capaz nunca llegues a escuchar. Así que shhh, no digas nada. Tiene ganas de estar callada.”
Te incomoda ese zumbido de tu conciencia que no te deja tranquilo y tu lengua hace lo posible por ocultarlo. Todo el mundo habla sin parar, y no entendés como se puede dejar de hablar, y yo no entiendo como se puede hablar hasta estallar. Miles de choques en el aire, y tus oídos no dan abasto, ¿escuchaste eso? Pasó alguien que me salvó la vida y te dijo al oído:
“Cuando te das cuenta que escuchar los silencios es aprender a ver otras señales, sabés que a partir de ahí podés estar tranquilo. Porque aprendés que si algo no dice nada, es porque por otro lado se están anidando miles de posibilidades que vos capaz nunca llegues a escuchar. Así que shhh, no digas nada. Tiene ganas de estar callada.”
lunes
La otra cafeína
Él Estaba bajando las escaleras mientras disfrutaba de un feo café de máquina. Cuando llegaba al subsuelo, antes del último escalón se quemó un nudillo con una gota de café. Puteó un poco por el dolor y otro poco por tener que trabajar. Melodías polifónica empezaron a sonar y un temblor lo invadió desde abajo hacia arriba. El sonido se apoderaba de él cada vez más fuerte e insoportable y sus gestos, muy de apoco, fueron acompañando el ritmo hasta que miles de movimientos salieron todos juntos de su cuerpo creando un baile espástico e inolvidable. Se le desató la cordura sin que se dé cuenta y varios pares de miradas comenzaron a moverse sin poder mantenerse en pie.
El volumen se subió hasta el máximo y él estalló en un trance sonoro hasta el punto de acompañar cada melodía con la voz. Un brazo por acá, las piernas mucho más allá y el sonido jugando al hula hula con su cuerpo.
En el minuto 4, segundo 32, él fue solamente un cuerpo tratando de enderezarse con los ojos en su camisa manchada de café y la sensación de que todo lo que entra por un oído no sale por el otro.
El volumen se subió hasta el máximo y él estalló en un trance sonoro hasta el punto de acompañar cada melodía con la voz. Un brazo por acá, las piernas mucho más allá y el sonido jugando al hula hula con su cuerpo.
En el minuto 4, segundo 32, él fue solamente un cuerpo tratando de enderezarse con los ojos en su camisa manchada de café y la sensación de que todo lo que entra por un oído no sale por el otro.
miércoles
%
Una caña de bamboo me escuchaba mientras exponía delante de un río las razones por las que hice lo que terminé. El viento se llevaba mis silogismos, los hacía rebotar sobre una botella y luego los dejaba del otro lado del río, donde yo no podía alcanzarlos.
Las hormigas se agobiaron de tanto ruido y lo cargaron hasta el nido de un flamenco. Empolladas no soportaron el calor y se derritieron, yo eso nunca lo supe, por eso seguí hablando y pensando que estaba haciendo bien. Es que me cuesta entender que alguien pueda sentir en porcentajes cada segundo de respiración.
Las hormigas se agobiaron de tanto ruido y lo cargaron hasta el nido de un flamenco. Empolladas no soportaron el calor y se derritieron, yo eso nunca lo supe, por eso seguí hablando y pensando que estaba haciendo bien. Es que me cuesta entender que alguien pueda sentir en porcentajes cada segundo de respiración.
martes
Peligro. No tocar
Levante la mirada de la mesa, corrí los codos para los costados, cerré los ojos y vi que los objetos son recipientes que se llenan con algo que nace de nosotros. Son como esos magnetos que atraen fuerzas que uno no puede controlar. Mis ojos se clavaron en una taza azul y la vi triste, es más, creo que la entendí.
Por un momento vi que tenía cara larga y electrizante, pero su revelación no duró más que unos segundos y todavía dudo de que sea cierto.
Algo ocultamos, muchas veces dejamos salir gotas de lo que pensamos, aunque las verdaderas cataratas se quedan adentro viajando con nuestra sangre a mil por hora.
Un poco de esas correntadas se escurre por la piel y llega a los objetos empapándolos de sentimientos y humanidad. Las personas, cuando tocamos algo, podemos transmitir a los objetos los sentimientos que tenemos guardados. Aunque no lo sepamos, hay algo que queda en ellos cada vez que los tocamos. Residuos de dolor, alegría, envidia, terquedad. Con el simple tacto o roce, ellos dejan su estructura inmóvil de sentimientos para pasar a guardar los más íntimos y celados pedazos de sentir que cada uno lleva consigo.
Ustedes tengan mucho cuidado con lo que toquen, eso que hay guardado adentro puede conectarse con algo de ustedes y viajar bien profundo removiendo ese sentimiento apestado de polvo que creían olvidado.
Por ejemplo, ayer me pasó algo que terminó de convencerme. Rompí un plato y creo que adentro de él guardaba bastante rencor porque cuando lo toque, me empezó a salir sangre. El plato mío, no era.
Por un momento vi que tenía cara larga y electrizante, pero su revelación no duró más que unos segundos y todavía dudo de que sea cierto.
Algo ocultamos, muchas veces dejamos salir gotas de lo que pensamos, aunque las verdaderas cataratas se quedan adentro viajando con nuestra sangre a mil por hora.
Un poco de esas correntadas se escurre por la piel y llega a los objetos empapándolos de sentimientos y humanidad. Las personas, cuando tocamos algo, podemos transmitir a los objetos los sentimientos que tenemos guardados. Aunque no lo sepamos, hay algo que queda en ellos cada vez que los tocamos. Residuos de dolor, alegría, envidia, terquedad. Con el simple tacto o roce, ellos dejan su estructura inmóvil de sentimientos para pasar a guardar los más íntimos y celados pedazos de sentir que cada uno lleva consigo.
Ustedes tengan mucho cuidado con lo que toquen, eso que hay guardado adentro puede conectarse con algo de ustedes y viajar bien profundo removiendo ese sentimiento apestado de polvo que creían olvidado.
Por ejemplo, ayer me pasó algo que terminó de convencerme. Rompí un plato y creo que adentro de él guardaba bastante rencor porque cuando lo toque, me empezó a salir sangre. El plato mío, no era.
jueves
Eso que leí no existió nunca
Hace un tiempo que voy por las hojas escribiendo con la mirada lo que quiero leer. Hoy leí algo acerca de los abrazos que hizo que algunas gotas tibias abrazaran mis ojos. Me hizo escribir algo, pero lo perdí; un cancelar se lo llevó al purgatorio de las cosas sin importancia aunque algo me dice que los abrazos no están ahí, que tengo que empezar a buscarlos. Empezó la primavera, es un buen lugar para jugar a Sherlock Holmes, pero espero no aburrirme rápido como Agustina. El aire tibio todavía no empezó, pero yo ya saqué la ropa, los libros de verano, las flores en macetas y unas gotas chiquititas y saladas para que tengan algo de tomar. Igual, siento que me estoy olvidando de algo, algo que nunca tuve pero sé que en algún lado está.
Lo que ahora estás leyendo creo que nunca lo escribí, otra vez fueron mis ojos tratando de leer. Mis pupilas empezaron a tomar vida propia, supongo, que una noche de alcohol. A pesar de todo, eso que mis ojos me hicieron leer de los abrazos era lindo y aunque ahora se haya ido, sigo pensando que alguna vez pudieron estar ahí conmigo.
Lo que ahora estás leyendo creo que nunca lo escribí, otra vez fueron mis ojos tratando de leer. Mis pupilas empezaron a tomar vida propia, supongo, que una noche de alcohol. A pesar de todo, eso que mis ojos me hicieron leer de los abrazos era lindo y aunque ahora se haya ido, sigo pensando que alguna vez pudieron estar ahí conmigo.
martes
Dos respiraciones se chocaron, se rozaron en el aire hasta llegar a mezclarse. Desparejas y envueltas sin coordinar sentían más ganas de seguir chocándose en un vaivén de huracanes. Un ruido las previno y las desconcentró; pararon. El dióxido de carbono apuntó hacia un lado buscando algo extraño, pero no encontró más que frío. Se volvieron a juntar, se volvieron a chocar y tuvieron miedo de no poder sentir la una sin la otra. Se juraron amor eterno, hasta que la muerte las separe; hasta que una deje de ser lo que ahora es, hasta que la otra también deje de respirar. Alguna de ellas pensó que sería un poco más feliz si hoy lloviera. La otra de ellas buscaba ser la lluvia que le cambie el día.
viernes
--l
Ese día pudiste pensar que te quería y elegiste un no antes de decir nada.
Mi cabeza decodificaba señales que no llegaban a ningún lado, mientras mis piernas temblaban esperando lo contrario.
Si pudiéramos respirar lo que pensamos, si un hilo de pensamiento conectara una cabeza con la otra como lo puede hacer una mirada, por lo menos tendría algo en claro.
La persiana de mi cuarto ya no se puede abrir y el portero de al lado no puede venir a cambiarla; me voy a quedar unos días más a oscuras hasta que me harte de las sombras.
Nota: Si el no poder respirar hizo que el esfuerzo lo haga mi cabeza, salió bien.
Mi cabeza decodificaba señales que no llegaban a ningún lado, mientras mis piernas temblaban esperando lo contrario.
Si pudiéramos respirar lo que pensamos, si un hilo de pensamiento conectara una cabeza con la otra como lo puede hacer una mirada, por lo menos tendría algo en claro.
La persiana de mi cuarto ya no se puede abrir y el portero de al lado no puede venir a cambiarla; me voy a quedar unos días más a oscuras hasta que me harte de las sombras.
Nota: Si el no poder respirar hizo que el esfuerzo lo haga mi cabeza, salió bien.
lunes
Mirá vos
Todos vamos a ser monos de circo mientras una alfombra no ponga en circunstancia triste nuestros pies con piojos.
martes
Julio
A veces me daba la impresión de que Julio quería salir corriendo por Gallo hasta llegar a Corrientes, y cuando llegara a donde antes estaba la Cantina Don Carlos empezar a abrazar a todo el mundo. Sí, tenía problemas: a los 30 años no sabía atarse los cordones sin que un lazo le quedara afuera del moño mariposa, y como era de esperar salía corriendo. Si llegaba hasta Corrientes era por impulso de la caída, nada más. Pero él sabía que no tenía todas las luces, decía que tenía la más necesaria, todas las demás se podían aprender con esfuerzo, pero si no tenías el alma blanca de nacimiento, ya estabas en desventaja.
Julio adoraba dormir la siesta a partir de las 6 de la tarde, despertarse cuando ya estaba oscuro y saltar de la cama sobresaltado pensando que llegaba tarde a desayunar al bar de debajo de casa. Caer sorprendido y descolocado cuando escuchaba al maestruli de Susana Giménez que le decía a su sentido del horario que no había dormido tanto como él pensaba.
Era hermoso ver a Julio con hipo, todo un habilidoso tomando agua con el vaso al revés, alguna vez pensó ir a “30 segundos de fama” pero era demasiado tímido, ni hablar del tema de contención de líquidos. Él nos quería hacer pensar que era porque le tenía miedo a la risa de la enana del programa, pero en realidad era que no se animaba, un poco de razón tenía.
En fin, ahora me voy a visitarlo un rato. Por teléfono me dijo que estaba lastimado, que había podido hacer lo que él quería pero que alguien tenía razón cuando le dijo que a veces lo que queremos no es lo que nos conviene. Antes de cortar estaba muy contento, no se aguantó la ansiedad y me lo contó. Le sangraban las rodillas del porrazo pero pudo llegar corriendo hasta la esquina de Bustamante, abrazar al vendedor de quiniela, y que el éxito no era como él pensaba.
Julio adoraba dormir la siesta a partir de las 6 de la tarde, despertarse cuando ya estaba oscuro y saltar de la cama sobresaltado pensando que llegaba tarde a desayunar al bar de debajo de casa. Caer sorprendido y descolocado cuando escuchaba al maestruli de Susana Giménez que le decía a su sentido del horario que no había dormido tanto como él pensaba.
Era hermoso ver a Julio con hipo, todo un habilidoso tomando agua con el vaso al revés, alguna vez pensó ir a “30 segundos de fama” pero era demasiado tímido, ni hablar del tema de contención de líquidos. Él nos quería hacer pensar que era porque le tenía miedo a la risa de la enana del programa, pero en realidad era que no se animaba, un poco de razón tenía.
En fin, ahora me voy a visitarlo un rato. Por teléfono me dijo que estaba lastimado, que había podido hacer lo que él quería pero que alguien tenía razón cuando le dijo que a veces lo que queremos no es lo que nos conviene. Antes de cortar estaba muy contento, no se aguantó la ansiedad y me lo contó. Le sangraban las rodillas del porrazo pero pudo llegar corriendo hasta la esquina de Bustamante, abrazar al vendedor de quiniela, y que el éxito no era como él pensaba.
lunes
Reencuentro
Cuando miraba por la ventanilla lo único que veía eran a los pájaros atacar a los coches estacionados. Muchas veces las gotas de afuera salpicaban adentro y llenaban a los pasajeros de sangre, pero como era costumbre todos llevaban en sus bolsillos pañuelos descartables para secarse el sudor y todo lo demás. Los pasajes capicúas se acumulaban en las esquinas invitando a los chicos a saltar encima y a las chicas a jugar a los sorteos de Susana Giménez, que en paz descanse.
Mi abuela paseaba en la calle con su bolsa de supermercado media llena con un bizcochuelo de manzana. No podía creer todo lo que veía, la gente apelmazada arriba de descuentos, palabras en mayúsculas y las brújulas siempre hacia el sur. Llegó hasta la esquina, miró hacia los dos lados y esperó; yo estaba por llegar, pero me había atrasado un poco. Un señor le ofreció un vaso de agua mientras esperaba, pero ella con el boleto de colectivo doblado al medio entre su anillo de casamiento y el dedo, dijo que no. Suspiró profundamente y empezó a transpirar al mismo tiempo que se acomodaba los anteojos un poco para arriba.
Todo lo que quería era volver a verme y escucharme como la última noche en que nos vimos. Pero si hacía falta, se iba a sentar a tomar un café con edulcorante, y mejor que antes, iba a esperarme los años que fueran necesarios.
Mi abuela paseaba en la calle con su bolsa de supermercado media llena con un bizcochuelo de manzana. No podía creer todo lo que veía, la gente apelmazada arriba de descuentos, palabras en mayúsculas y las brújulas siempre hacia el sur. Llegó hasta la esquina, miró hacia los dos lados y esperó; yo estaba por llegar, pero me había atrasado un poco. Un señor le ofreció un vaso de agua mientras esperaba, pero ella con el boleto de colectivo doblado al medio entre su anillo de casamiento y el dedo, dijo que no. Suspiró profundamente y empezó a transpirar al mismo tiempo que se acomodaba los anteojos un poco para arriba.
Todo lo que quería era volver a verme y escucharme como la última noche en que nos vimos. Pero si hacía falta, se iba a sentar a tomar un café con edulcorante, y mejor que antes, iba a esperarme los años que fueran necesarios.
miércoles
Declinación y mitología
A las 6 de la tarde todas las personas volvieron a nacer. A las 7, algunas ya caminaban mientras millones se arrastraban sin pedir permiso y chocándose las cabezas. A las 8 se fue el sol y las pocas que podían pararse prendieron las luces y se sentaron a mirar cómo la baba corría por las calles.
A las 9 de la noche, el 10% de la población ya tenía 6 años y como la edad se los permitía se quedaron despiertos hasta las 10, todos los demás ya estaban durmiendo apoyando sus cabecitas en los zócalos de adoquín. Cuando despertaron ya tenían 10 años y descubrieron que podían llorar, un dolor terrible en las cervicales les invadió a todos por igual hasta que se cansaron de sufrir y salieron todos juntos a caminar. Los más grandes ya tenían 14 años cuando el reloj tocó las 11 y decidieron juntarse en la bolsa de Tokio para ver si salía algo. El más alto de todos empezó a escupir y a limpiarse con un billete de 100 que encontró por ahí. Un grupo de personas de 10 años creció de golpe y a la medianoche empezaron a afeitarse. Cerca de las 2 de la mañana ya no había más hojas de afeitar y toda la población se vio inundada en barbas. Las había por todos lados, en cada rincón de las ciudades florecían de todos los colores, y a medida que la luna llena desaparecía del firmamento las barbas crecían hacia arriba buscándola. Las personas dejaron de caminar porque sus cabezas los llevaban de frente y los matorrales hacían imposible el paso sin una sierra eléctrica, además, sólo 2 personas las pudieron conseguir cobrando grandes sumas de dinero por ofrecerlas al servicio de otro. Así se pasó la tarde, inmóvil, con picazón y estertor. Las seis de la tarde piaron otra vez y dejaron sobre la tierra una madeja de colores semi vivos. Así me contaron que en medio del caos, nació la palabra que alguien llamó barbaridad.
A las 9 de la noche, el 10% de la población ya tenía 6 años y como la edad se los permitía se quedaron despiertos hasta las 10, todos los demás ya estaban durmiendo apoyando sus cabecitas en los zócalos de adoquín. Cuando despertaron ya tenían 10 años y descubrieron que podían llorar, un dolor terrible en las cervicales les invadió a todos por igual hasta que se cansaron de sufrir y salieron todos juntos a caminar. Los más grandes ya tenían 14 años cuando el reloj tocó las 11 y decidieron juntarse en la bolsa de Tokio para ver si salía algo. El más alto de todos empezó a escupir y a limpiarse con un billete de 100 que encontró por ahí. Un grupo de personas de 10 años creció de golpe y a la medianoche empezaron a afeitarse. Cerca de las 2 de la mañana ya no había más hojas de afeitar y toda la población se vio inundada en barbas. Las había por todos lados, en cada rincón de las ciudades florecían de todos los colores, y a medida que la luna llena desaparecía del firmamento las barbas crecían hacia arriba buscándola. Las personas dejaron de caminar porque sus cabezas los llevaban de frente y los matorrales hacían imposible el paso sin una sierra eléctrica, además, sólo 2 personas las pudieron conseguir cobrando grandes sumas de dinero por ofrecerlas al servicio de otro. Así se pasó la tarde, inmóvil, con picazón y estertor. Las seis de la tarde piaron otra vez y dejaron sobre la tierra una madeja de colores semi vivos. Así me contaron que en medio del caos, nació la palabra que alguien llamó barbaridad.
lunes
Vos sabés que cuando pienso algo, pasa y si lo digo, se escapa.
Como aquella vez que quise pensar en un sol oscuro y te lo conté, al instante mi cabeza se nubló y una luz oscura me salió por los ojos seguida de una explosión de aire rompiendo un par de neuronas débiles. En ese momento supe que mi Hiroshima neuronal había desecho toda posibilidad de que ese pensamiento exista en la vida real. Pero fue, llegaron otras cosas.
Yo pensaba que eran mejores, entonces te las volví a contar. Maldito error: me salió mucha agua de las uñas y al dormir esa noche no pude soñar. Y antes de que la tercera sea la vencida mi cabeza se hincha de sinapsis y no te dice nada. Y al fin, tengo un mundo que pienso, pero no te lo digo para que exista sólo para mí.
Como aquella vez que quise pensar en un sol oscuro y te lo conté, al instante mi cabeza se nubló y una luz oscura me salió por los ojos seguida de una explosión de aire rompiendo un par de neuronas débiles. En ese momento supe que mi Hiroshima neuronal había desecho toda posibilidad de que ese pensamiento exista en la vida real. Pero fue, llegaron otras cosas.
Yo pensaba que eran mejores, entonces te las volví a contar. Maldito error: me salió mucha agua de las uñas y al dormir esa noche no pude soñar. Y antes de que la tercera sea la vencida mi cabeza se hincha de sinapsis y no te dice nada. Y al fin, tengo un mundo que pienso, pero no te lo digo para que exista sólo para mí.
sábado
Dicen
Dicen que por cada baldosa, parquet, mosaico o madera, que pisamos dentro de los 5 primeros años de vida, obtenemos un suspiro de asombro más en los últimos 5 segundos de vida.
Dicen que por cada burla a tus maestros antes del primer recreo de tercer año, cien cucarachas se reproducen a la vez.
Dicen que por cada estrella mirada los martes a la noche, se te otorga la mitad de un amanecer de miércoles.
Yo digo que por cada pensamiento tuyo, los demás piensan exactamente lo contrario, menos yo.
Dicen que por cada burla a tus maestros antes del primer recreo de tercer año, cien cucarachas se reproducen a la vez.
Dicen que por cada estrella mirada los martes a la noche, se te otorga la mitad de un amanecer de miércoles.
Yo digo que por cada pensamiento tuyo, los demás piensan exactamente lo contrario, menos yo.
martes
Clota
Y existía un pueblo donde las bicicletas eran las mejores amigas del hombre y cada una reconocía la entrepierna de su dueño como si fuera parte de ella.
Elige tu propia aventura
1-
Piquete de enanos en una casa de San Telmo. Exigen un jardín digno para vivir.
Se encontraron enanos drogados colgados de las rejas. Todavía siguen ahí.
Se encontraron enanos drogados colgados de las rejas. Todavía siguen ahí.
2-
Reunión familiar de los "Puloi"
Los hijos desperdigados por el mundo del enano de Amelie, se juntan en la casa del primo Ramón que todavía no llegó.
3-
Sector fumadores de un bar de San Telmo donde asiste la vanguardia literaria "Blanca nieve". Los que estan colgados de las rejas brindan honores al nombre del grupo.
domingo
Shit!
Me encontré con un circo de palomas que subían y bajaban, volaban y ladraban, cacareaban y pululaban. Una tibia iluminación les surgía desde las patas apoyadas en los cables de luz que las expandía amarillas y nuevas.
Los picos hacia el norte, indiferentes al piso, buscando sonidos para escupir. De reojo, las víctimas aparecían y se escapaban. Las plumas medían la brisa, las ganas y el temor de los de abajo. Los cuerpos dispuestos a atacar esperaban a esa víctima perfecta. Una leve reverencia irónica hacia la persona elegida, la mirada firme, el rostro como una piedra y el misil salió rompiendo el aire en dos
haciendo que una persona tenga mucha suerte.
Los picos hacia el norte, indiferentes al piso, buscando sonidos para escupir. De reojo, las víctimas aparecían y se escapaban. Las plumas medían la brisa, las ganas y el temor de los de abajo. Los cuerpos dispuestos a atacar esperaban a esa víctima perfecta. Una leve reverencia irónica hacia la persona elegida, la mirada firme, el rostro como una piedra y el misil salió rompiendo el aire en dos
haciendo que una persona tenga mucha suerte.
Nariz de sendas
Una mañana Buenos Aires amaneció sin sendas peatonales. Todas las calles perecían en el negro pavimento sin una mísera gota de brillo. La gente desesperada se apiñaba en las esquinas sin poder cruzar, desorbitados, algunos inquietos, iban de esquina a esquina buscando alguna línea blanca por donde cruzar, pero sin poder lograrlo daban continuas vueltas de manzana hasta llegar al punto 11 de mareo en donde comenzaban a vomitar todo su desayuno bajo en calorías. Las únicas personas que podían pisar la calle eran los sorprendidos policías que para no recibir los improperios de la multitud hacían que trabajaban cuidando el tránsito.
La presidenta de la Nación Argentina se levantó de su mullido colchón de plumas hecho a medida: en vez de sacarle la sangre, por las noches le inyecta sangre fresca de niños para mantener su imagen de colágeno natural. Llegaba tarde a una reunión con la gente del campo, pero no lo importó, antes se hizo las manos. Salió de Olivos en su auto y los vidrios polarizados no la dejaron ver el cambio en la ciudad.
Las calles ardían en insultos, los canales de televisión reproducían las imágenes y ciertos periodistas creaban hipótesis al ver a la gente caminando en círculos: la mayoría coincidía en que la fuerza de los caminantes en círculo podría cambiar la rotación de la tierra. Caos, miedo, risa.
Los trajes negros, marrones y marroncitos seguían estrellándose entre sí al llegar a las esquinas y las polleras negras, bancas y cremitas sufrían intensas arrugas desde cualquier lugar en donde se las mirase. Los niños felices saltaban en sus camas festejando la ausencia de clases, aunque los más nerds lamentando el hecho decidieron ser, por ese día, autodidactas.
Las varices de la gente (sobre todo de las mujeres) explotaban de cansancio y la multitud quiso sentarse. No pudo gracias a la increíble responsabilidad de los porteros; las veredas estaban empapadas de agua, lavandina y, en algunos casos, Glo-cot .
El auto presidencial pasó perturbando la avenida Libertador casi a las 11 de la mañana. En ese mismo momento en Corrientes y Medrano la gente enloqueció. Mareada de tanto dar vueltas, con el estómago vacío por vomitar, o directamente por no haber desayunado, sin saber lo que sucedía encontraron una desesperada solución. Primero fue un hombre joven, luego tres, más tarde una chica en jeans y después, todos los que pudieron. Cuando el semáforo cambiaba a verde la gente se tiraba arriba de los autos colgándose de donde podía. Algunos terminaron muy lejos de donde pensaban ir, pero no les importó, sólo querían moverse. Con este nuevo caos más problemas se generaron, ahora muchos conductores no podían ver hacia donde iban porque estaban tapados por brazos, maletines o cuerpos enteros de la gente que no podía cruzar la calle. Choques, gritos, un médico en esta esquina, por favor.
Las sendas peatonales seguían sin aparecer y nadie sabía a donde habían ido, o quien las había borrado, o quién se las había aspirado. En la tarde se afianzó el caos más perfecto, en algunas esquinas los intensos choques habían dejado varios autos cruzados que hacían a la vez de puentes entre esquina y esquina, en esos lugares el tránsito peatonal comenzó a movilizarse con cierta tranquilidad. Para muchos, ya era hora de volver a casa y como sólo llegaron hasta la esquina, la vuelta fue bastante más rápida que de costumbre.
Luna, noche, calma. Amanecer, porteros, ¿qué pasó?
Las calles de la ciudad amanecieron tal cual las habían dejado la noche anterior: coches atravesados, y sin sendas peatonales. Al parecer, otro día de caos se estrenaba en Buenos Aires.
El jefe de gobierno de la city porteña puso en marcha el plan X, guardado para las próximas inundaciones. 11 camionetas recorrieron la ciudad instalando puentes colgantes provisorios para evitar los embotellamientos peatonales y los accidentes producto de la desesperación. El plan no estuvo tan mal, excepto por un detalle: sólo el 11% de los porteños no le tiene miedo a las alturas, el resto alguna vez se psicoanalizó para vencer este tipo de pánico.
Cual alumnos de preescolar cruzando la calle, los aún más desesperados peatones caminaban en el puente con una soga llena de nudos, y al llegar al otro lado, eran recibidos por un agente de la guardia urbana con estudios en psicología y un vaso de agua. En cambio, en las avenidas, se iniciaban cada 11 minutos, sesiones de terapia de grupo dictadas por un psicólogo de verdad.
Los pocos radiotaxis funcionando en la ciudad cobraban fortunas por la alta demanda, sobre todo por la noche cuando la gente volvía con la luna llena de alcohol.
En los barrios con más cuentas bancarias empezaron a proliferar los helicópteros y aviones privados que iban de empresa a empresa llevando a gerentes, directores y personas con miedo a perderlo todo por alguna nueva ley. Todo fue bastante desastroso porque algunos helicópteros aterrizaban en la vía pública llevándose por delante todos los cables de luz, teléfono y así, sólo el 11 porciento de la población conservó la luz.
Fuerte aumento de las ventas de velas. Parafina. Feliz cumpleaños.
“Todo puede estar peor”, dijo un vecino en una reunión de consorcio; nadie le creyó porque siempre apostaba al 11 y jamás ese número salió en ninguna quiniela. Además, era bastante chismoso y entrometido en lo ajeno.
La ciudad pasó unos días más en el caos total al que ya le había tomado cariño. Pero una mañana rara y blanca amaneció por el este, y de sorpresa, como cuando la luz vuelve después de unos minutos sin corriente, las sendas peatonales volvieron a la ciudad, resplandecientes y nuevas. Con cada rayo de sol, se pintaban más blancas, brillantes y paz.
Ahora todos sabían qué hacer; despertaron de un profundo trance de incertidumbre como si Tusam hubiera experimentado durante días con toda la ciudad. Pero Tusam está muerto.
Sin declaraciones las sendas volvieron, cuentan por ahí que alguien se las aspiró, pero fue demasiado barniz. El mito ahora busca un responsable.
El identikit de esa persona dice que lleva la cabeza pesada y gacha, que está lleno de ojeras casi tan grandes como su nariz del tamaño de un A3 y que puede estar escondido en alguna papelera. Los patrulleros van hacia Botnia.
La presidenta de la Nación Argentina se levantó de su mullido colchón de plumas hecho a medida: en vez de sacarle la sangre, por las noches le inyecta sangre fresca de niños para mantener su imagen de colágeno natural. Llegaba tarde a una reunión con la gente del campo, pero no lo importó, antes se hizo las manos. Salió de Olivos en su auto y los vidrios polarizados no la dejaron ver el cambio en la ciudad.
Las calles ardían en insultos, los canales de televisión reproducían las imágenes y ciertos periodistas creaban hipótesis al ver a la gente caminando en círculos: la mayoría coincidía en que la fuerza de los caminantes en círculo podría cambiar la rotación de la tierra. Caos, miedo, risa.
Los trajes negros, marrones y marroncitos seguían estrellándose entre sí al llegar a las esquinas y las polleras negras, bancas y cremitas sufrían intensas arrugas desde cualquier lugar en donde se las mirase. Los niños felices saltaban en sus camas festejando la ausencia de clases, aunque los más nerds lamentando el hecho decidieron ser, por ese día, autodidactas.
Las varices de la gente (sobre todo de las mujeres) explotaban de cansancio y la multitud quiso sentarse. No pudo gracias a la increíble responsabilidad de los porteros; las veredas estaban empapadas de agua, lavandina y, en algunos casos, Glo-cot .
El auto presidencial pasó perturbando la avenida Libertador casi a las 11 de la mañana. En ese mismo momento en Corrientes y Medrano la gente enloqueció. Mareada de tanto dar vueltas, con el estómago vacío por vomitar, o directamente por no haber desayunado, sin saber lo que sucedía encontraron una desesperada solución. Primero fue un hombre joven, luego tres, más tarde una chica en jeans y después, todos los que pudieron. Cuando el semáforo cambiaba a verde la gente se tiraba arriba de los autos colgándose de donde podía. Algunos terminaron muy lejos de donde pensaban ir, pero no les importó, sólo querían moverse. Con este nuevo caos más problemas se generaron, ahora muchos conductores no podían ver hacia donde iban porque estaban tapados por brazos, maletines o cuerpos enteros de la gente que no podía cruzar la calle. Choques, gritos, un médico en esta esquina, por favor.
Las sendas peatonales seguían sin aparecer y nadie sabía a donde habían ido, o quien las había borrado, o quién se las había aspirado. En la tarde se afianzó el caos más perfecto, en algunas esquinas los intensos choques habían dejado varios autos cruzados que hacían a la vez de puentes entre esquina y esquina, en esos lugares el tránsito peatonal comenzó a movilizarse con cierta tranquilidad. Para muchos, ya era hora de volver a casa y como sólo llegaron hasta la esquina, la vuelta fue bastante más rápida que de costumbre.
Luna, noche, calma. Amanecer, porteros, ¿qué pasó?
Las calles de la ciudad amanecieron tal cual las habían dejado la noche anterior: coches atravesados, y sin sendas peatonales. Al parecer, otro día de caos se estrenaba en Buenos Aires.
El jefe de gobierno de la city porteña puso en marcha el plan X, guardado para las próximas inundaciones. 11 camionetas recorrieron la ciudad instalando puentes colgantes provisorios para evitar los embotellamientos peatonales y los accidentes producto de la desesperación. El plan no estuvo tan mal, excepto por un detalle: sólo el 11% de los porteños no le tiene miedo a las alturas, el resto alguna vez se psicoanalizó para vencer este tipo de pánico.
Cual alumnos de preescolar cruzando la calle, los aún más desesperados peatones caminaban en el puente con una soga llena de nudos, y al llegar al otro lado, eran recibidos por un agente de la guardia urbana con estudios en psicología y un vaso de agua. En cambio, en las avenidas, se iniciaban cada 11 minutos, sesiones de terapia de grupo dictadas por un psicólogo de verdad.
Los pocos radiotaxis funcionando en la ciudad cobraban fortunas por la alta demanda, sobre todo por la noche cuando la gente volvía con la luna llena de alcohol.
En los barrios con más cuentas bancarias empezaron a proliferar los helicópteros y aviones privados que iban de empresa a empresa llevando a gerentes, directores y personas con miedo a perderlo todo por alguna nueva ley. Todo fue bastante desastroso porque algunos helicópteros aterrizaban en la vía pública llevándose por delante todos los cables de luz, teléfono y así, sólo el 11 porciento de la población conservó la luz.
Fuerte aumento de las ventas de velas. Parafina. Feliz cumpleaños.
“Todo puede estar peor”, dijo un vecino en una reunión de consorcio; nadie le creyó porque siempre apostaba al 11 y jamás ese número salió en ninguna quiniela. Además, era bastante chismoso y entrometido en lo ajeno.
La ciudad pasó unos días más en el caos total al que ya le había tomado cariño. Pero una mañana rara y blanca amaneció por el este, y de sorpresa, como cuando la luz vuelve después de unos minutos sin corriente, las sendas peatonales volvieron a la ciudad, resplandecientes y nuevas. Con cada rayo de sol, se pintaban más blancas, brillantes y paz.
Ahora todos sabían qué hacer; despertaron de un profundo trance de incertidumbre como si Tusam hubiera experimentado durante días con toda la ciudad. Pero Tusam está muerto.
Sin declaraciones las sendas volvieron, cuentan por ahí que alguien se las aspiró, pero fue demasiado barniz. El mito ahora busca un responsable.
El identikit de esa persona dice que lleva la cabeza pesada y gacha, que está lleno de ojeras casi tan grandes como su nariz del tamaño de un A3 y que puede estar escondido en alguna papelera. Los patrulleros van hacia Botnia.
sábado
Un diseñador de interiores a la derecha, por favor.
Los domingos siempre me dan unas terribles ganas de cambiar todo mi cuarto de lugar; quiero llevarlo a donde está el living que es bastante más espacioso.
Puedo ponerlo en la pieza que era de mi abuela, que es más grande, con dos ventanas y placares, aunque el piso, demasiado gastado, es de flexiplast y no me gusta.
Si sacara el piso de madera de mi cuarto para llevarlo al nuevo, no me alcanzaría las maderas y quedarían un par de metros con un piso distinto y tengo que pensar cómo ocultar la falla. Mejor es que me quede en el cuarto en el que estoy, pero sacar la "Enciclopedia del Conocimiento” que me ocupa seis tomos de espacio y dejarla en el baño, así leo algo más que los prospectos médicos.
Si moviera la cama tendría que mover la cómoda y el sillón rosa con el puf amarillo arriba. Pero no se podría abrir más la puerta y me quedaría encerrada toda la vida en mi cuarto. Puedo pedir mis víveres por internet: me los dejarían en la puerta, pero tendrían que tener el mismo ancho que mi mano para que pasen. Contacto con el mundo exterior tendría:hay dos ventanas con cortinas de árboles que me dejan ver la Herrería de enfrente y la calle Humahuaca soleada y vacía un buen domingo de paz. Pero creo que si cambio la cama para un lado y la cómoda y el sillón rosa con el puf amarillo para el otro, la puerta por la que entro y salgo no se va a abrir, aunque la puerta con la que hablo con mi hermana sí.
Volvería a tener contacto con el exterior pero tendría que pasar por el cuarto de mi hermana que es la ex habitación de mi abuela con el piso que no me gusta, además, dependería de ella para salir y entrar. No sé, se complica un poco. Me controlaría los horarios y mis sospechas de que ronco, posiblemente se vean confirmadas.
Hay una solución más simple, o que por lo menos me da la sensación de que algo cambia, lo que me conviene hacer es sacar la "Enciclopedia del Conocimiento" y el espacio que me queda llenarlo con un poco más de estupideces.
Puedo ponerlo en la pieza que era de mi abuela, que es más grande, con dos ventanas y placares, aunque el piso, demasiado gastado, es de flexiplast y no me gusta.
Si sacara el piso de madera de mi cuarto para llevarlo al nuevo, no me alcanzaría las maderas y quedarían un par de metros con un piso distinto y tengo que pensar cómo ocultar la falla. Mejor es que me quede en el cuarto en el que estoy, pero sacar la "Enciclopedia del Conocimiento” que me ocupa seis tomos de espacio y dejarla en el baño, así leo algo más que los prospectos médicos.
Si moviera la cama tendría que mover la cómoda y el sillón rosa con el puf amarillo arriba. Pero no se podría abrir más la puerta y me quedaría encerrada toda la vida en mi cuarto. Puedo pedir mis víveres por internet: me los dejarían en la puerta, pero tendrían que tener el mismo ancho que mi mano para que pasen. Contacto con el mundo exterior tendría:hay dos ventanas con cortinas de árboles que me dejan ver la Herrería de enfrente y la calle Humahuaca soleada y vacía un buen domingo de paz. Pero creo que si cambio la cama para un lado y la cómoda y el sillón rosa con el puf amarillo para el otro, la puerta por la que entro y salgo no se va a abrir, aunque la puerta con la que hablo con mi hermana sí.
Volvería a tener contacto con el exterior pero tendría que pasar por el cuarto de mi hermana que es la ex habitación de mi abuela con el piso que no me gusta, además, dependería de ella para salir y entrar. No sé, se complica un poco. Me controlaría los horarios y mis sospechas de que ronco, posiblemente se vean confirmadas.
Hay una solución más simple, o que por lo menos me da la sensación de que algo cambia, lo que me conviene hacer es sacar la "Enciclopedia del Conocimiento" y el espacio que me queda llenarlo con un poco más de estupideces.
domingo
Líneas Aéreas Pluma, radiovuelos.
Tengo una pluma en mi poder.
Es mía y de nadie más. El viento le dijo donde caer y yo estaba justo ahí, sentada en los últimos asientos del colectivo, uno antes de la ventana derecha y nadie al lado del vidrio.
Podría haber caído en el cuero mullido y cansado de cachetes pesados; ese lugar estaba libre, mis piernas no.
Entró por la ventana sin pedir permiso rompiendo las cortinas invisibles del vaho vehicular.
Me cayó a mí, me buscó, me encontró. Volvía a casa pensando en una neurona en particular y sin buscar una respuesta, todavía no sé si la encontré.
Fue una sorpresa, la avenida Corrientes estaba aburrida, yo me moría por revivir.
Derecho hacia mi, una sacudida a mi trance y la dejó como si fuera la cabeza de mi neurona apoyada en mi regazo pidiendo un poco más de cariño y compañía.
Agarré la pluma y queriendo proteger todos los pensamientos que el viento me trajo, la quise como una amiga. Tengo una pluma, me la guardé en la cartera esperando que me lleve volando al lugar del que vino.
Es mía y de nadie más. El viento le dijo donde caer y yo estaba justo ahí, sentada en los últimos asientos del colectivo, uno antes de la ventana derecha y nadie al lado del vidrio.
Podría haber caído en el cuero mullido y cansado de cachetes pesados; ese lugar estaba libre, mis piernas no.
Entró por la ventana sin pedir permiso rompiendo las cortinas invisibles del vaho vehicular.
Me cayó a mí, me buscó, me encontró. Volvía a casa pensando en una neurona en particular y sin buscar una respuesta, todavía no sé si la encontré.
Fue una sorpresa, la avenida Corrientes estaba aburrida, yo me moría por revivir.
Derecho hacia mi, una sacudida a mi trance y la dejó como si fuera la cabeza de mi neurona apoyada en mi regazo pidiendo un poco más de cariño y compañía.
Agarré la pluma y queriendo proteger todos los pensamientos que el viento me trajo, la quise como una amiga. Tengo una pluma, me la guardé en la cartera esperando que me lleve volando al lugar del que vino.
viernes
Todo cierra porque es viernes
Hoy caminaba hacia la agencia y pasó algo que cambió el resto de mi día.
Derecho por Amenábar a una cuadra de la plaza, bajo la mirada de un portero que acababa de barrer la vereda, cayó la hoja de un árbol de marzo.
Derecho del cielo al suelo, con la música que le daban los movimientos, flotó en una cámara lenta demasiado rápida para mí y la vi volar: con las puntas apuntando su centro y mirando su cielo giraba sobre sí misma rápido, cada vez más rápido. Centrifugaba el aire para que yo respirara distinto, y tenga un buen día.
Derecho por Amenábar a una cuadra de la plaza, bajo la mirada de un portero que acababa de barrer la vereda, cayó la hoja de un árbol de marzo.
Derecho del cielo al suelo, con la música que le daban los movimientos, flotó en una cámara lenta demasiado rápida para mí y la vi volar: con las puntas apuntando su centro y mirando su cielo giraba sobre sí misma rápido, cada vez más rápido. Centrifugaba el aire para que yo respirara distinto, y tenga un buen día.
miércoles
lunes
2 en 1
-Aaaaahhhhhhhhh!!
-¿Qué pasó?
-Nada má, se me quedó la cera pegada, me estoy depilando.
Mora una chica de 28 años que nació pelada y hoy lleva el pelo hasta la cintura grita.
Su madre envidia el pelo que no heredó de nadie, nunca pudo entender cómo a los 17 años la cabeza se le infectó de rastas hasta cuando se recibió de abogada.
-¿Te vas a bañar?
- Sí
-Bueno, apurate que tengo que lavar los platos.
-No, primero lavá los platos que yo todavía me estoy depilando.
Después de media hora la cera se enfrió y en la casa se escuchó el sonido de la ducha. Mora se lavó primero la cabeza, costumbre, en realidad consejo del peluquero amanerado que le dijo: “Después de lo que le hiciste a tu pobre cabello, querida… se nota que está somatizando, tantos años de encierro en jabón neutro. Ahora tenés que mimarlo, dejarlo que saque las mañas, sino se va a querer tomar revancha y te vas a quedar pelada. Cuando te bañes lo primero que tenés que hacer es ocuparte de él, lavarlo con cuidado y con masajes circulares para que crezca fuerte. Usá siempre crema de enjuague, comprate una buena. Acordate de hacerle sentir a tu cabello que es importante, dedicale tiempo.” Sintió su voz en su oído como si su pelo, que le rozaba la oreja, se lo estuviera repitiendo.
Sin saber porqué, Mora le hizo caso a los consejos de Paul y se puso en la cabeza crema de enjuague. Usando sus dedos cual rastrillo, los introdujo entre sus rulos peinándose debajo de la ducha. Cuando terminó, encontró en sus manos montones de pelos sueltos que sin dudar pegó en los azulejos. Después de dejar cuatro veces pelos en los azulejos se quedó mirando la pared. Cuando miró se dió cuenta de que los pelos forman dibujos, muy buenos por cierto, que prefirió haberlos hecho con un lápiz y no con el azar de la crema de enjuague. Pensó, muy dentro suyo, que eso era arte, que una parte de ella se manifestaba mientras se duchaba
Con los días el arte se volvió un ritual del que no pudo escapar cada vez que encedía la ducha. Entre los rulos encontró siluetas, caras, paisajes; dibujos sin sentido que anhelaba dibujar en lápiz, pero no, fueron sus pelos a los que el azar transformaba en dibujos, la suerte decidió que sus pelos fueran más artistas que sus manos.
Mora se duchaba y miraba fijamente los azulejos, blancos, mojados. Vió que dos cuerpos se entrelazaban en su cabello y con un nuevo manojo de pelos vió que otro cuerpo los observaba.
Vió una cabeza de marciano, una nueva tipografía, un tótem y una foto panorámica de Bariloche.
Era un vicio que no tenía control y su madre llegó a pensar que sufría alguna especie de fobia contra los gérmenes.
Hasta que ayer, después de haberse bañado 15 veces, levantó los brazos con sorpresa y se llevó las manos a la cabeza; recordó que tenía turno con su peluquero Paul.
Salió de la ducha y lo llamó para cancelar. Ya no tenía sentido, ya estaba pelada.
-¿Qué pasó?
-Nada má, se me quedó la cera pegada, me estoy depilando.
Mora una chica de 28 años que nació pelada y hoy lleva el pelo hasta la cintura grita.
Su madre envidia el pelo que no heredó de nadie, nunca pudo entender cómo a los 17 años la cabeza se le infectó de rastas hasta cuando se recibió de abogada.
-¿Te vas a bañar?
- Sí
-Bueno, apurate que tengo que lavar los platos.
-No, primero lavá los platos que yo todavía me estoy depilando.
Después de media hora la cera se enfrió y en la casa se escuchó el sonido de la ducha. Mora se lavó primero la cabeza, costumbre, en realidad consejo del peluquero amanerado que le dijo: “Después de lo que le hiciste a tu pobre cabello, querida… se nota que está somatizando, tantos años de encierro en jabón neutro. Ahora tenés que mimarlo, dejarlo que saque las mañas, sino se va a querer tomar revancha y te vas a quedar pelada. Cuando te bañes lo primero que tenés que hacer es ocuparte de él, lavarlo con cuidado y con masajes circulares para que crezca fuerte. Usá siempre crema de enjuague, comprate una buena. Acordate de hacerle sentir a tu cabello que es importante, dedicale tiempo.” Sintió su voz en su oído como si su pelo, que le rozaba la oreja, se lo estuviera repitiendo.
Sin saber porqué, Mora le hizo caso a los consejos de Paul y se puso en la cabeza crema de enjuague. Usando sus dedos cual rastrillo, los introdujo entre sus rulos peinándose debajo de la ducha. Cuando terminó, encontró en sus manos montones de pelos sueltos que sin dudar pegó en los azulejos. Después de dejar cuatro veces pelos en los azulejos se quedó mirando la pared. Cuando miró se dió cuenta de que los pelos forman dibujos, muy buenos por cierto, que prefirió haberlos hecho con un lápiz y no con el azar de la crema de enjuague. Pensó, muy dentro suyo, que eso era arte, que una parte de ella se manifestaba mientras se duchaba
Con los días el arte se volvió un ritual del que no pudo escapar cada vez que encedía la ducha. Entre los rulos encontró siluetas, caras, paisajes; dibujos sin sentido que anhelaba dibujar en lápiz, pero no, fueron sus pelos a los que el azar transformaba en dibujos, la suerte decidió que sus pelos fueran más artistas que sus manos.
Mora se duchaba y miraba fijamente los azulejos, blancos, mojados. Vió que dos cuerpos se entrelazaban en su cabello y con un nuevo manojo de pelos vió que otro cuerpo los observaba.
Vió una cabeza de marciano, una nueva tipografía, un tótem y una foto panorámica de Bariloche.
Era un vicio que no tenía control y su madre llegó a pensar que sufría alguna especie de fobia contra los gérmenes.
Hasta que ayer, después de haberse bañado 15 veces, levantó los brazos con sorpresa y se llevó las manos a la cabeza; recordó que tenía turno con su peluquero Paul.
Salió de la ducha y lo llamó para cancelar. Ya no tenía sentido, ya estaba pelada.
jueves
Yo fui abducida, ¿y usted?
Hace poco me di cuenta de que fui abducida y si escribo estas palabras no son para obtener fama, sino para advertirles a todos ustedes. Quizás vos también fuiste abducido.
· El 88% de las personas en Camburi, Brasil fueron abducidas, al menos una vez.
· El 54 % de las personas en Unitorco, Córdoba, Argentina fueron abducidas.
· El 15 % de las personas en Buenos Aires, Argentina tuvieron contactos con seres de otro mundo.
Números de otro planeta, pero reales. Sólo el 2% de las personas que han sido abducidas lo saben. Es por eso que hoy les dedico estas palabras a todos ustedes –alguna vez a mi también tuvieron que hacerme ver cosas que no quería-
Ser abducido no es malo, no hay porqué sentir temor, la mayoría de los ET son buena gente, pero es como todo, alguno desviado siempre nace.
Las principales señales para saber si fuiste alguna vez víctima del secuestro inter-espacial son dos:
Falta de calcio y sangrado casual de las fosas nasales.
No intentes ir al médico, aún ninguna respuesta está en los libros de medicina, sólo te queda creer.
Hoy podés darte cuenta de que hay un capítulo en tu vida que te perdiste, pero podés leerlo.
Empezá por buscar una estrella fugaz y conocé la verdad: las estrellas fugaces no son estrellas, son aliens guiñándote un ojo.
· El 88% de las personas en Camburi, Brasil fueron abducidas, al menos una vez.
· El 54 % de las personas en Unitorco, Córdoba, Argentina fueron abducidas.
· El 15 % de las personas en Buenos Aires, Argentina tuvieron contactos con seres de otro mundo.
Números de otro planeta, pero reales. Sólo el 2% de las personas que han sido abducidas lo saben. Es por eso que hoy les dedico estas palabras a todos ustedes –alguna vez a mi también tuvieron que hacerme ver cosas que no quería-
Ser abducido no es malo, no hay porqué sentir temor, la mayoría de los ET son buena gente, pero es como todo, alguno desviado siempre nace.
Las principales señales para saber si fuiste alguna vez víctima del secuestro inter-espacial son dos:
Falta de calcio y sangrado casual de las fosas nasales.
No intentes ir al médico, aún ninguna respuesta está en los libros de medicina, sólo te queda creer.
Hoy podés darte cuenta de que hay un capítulo en tu vida que te perdiste, pero podés leerlo.
Empezá por buscar una estrella fugaz y conocé la verdad: las estrellas fugaces no son estrellas, son aliens guiñándote un ojo.
lunes
Un raid a la fama
Había una vez una cucaracha muy famosa. Aunque tenía todas las patitas de atrás tenía un caminar bastante raro; los que la conocieron todavía dicen que era el peso del glamour. Siempre morena de cortas piernas y sutiles pasos rápidos, llegó al estrellato de casualidad, nunca trabajó, tampoco le interesó. Empezó en el under con Kafka, un drama, un problema existencial sobre la vida humana que ella no conocía. Tampoco conocía el idioma ruso, por eso le fue tan fácil la interpretación. Luego del rotundo éxito no podía volver a su mundo; se instaló en Hollywood donde captó la atención de bastantes publicistas y headhunters que le ofrecieron ser la cara de innumerables comerciales para anti-insectos. Pero no quiso ser conejo de indias de nadie, no pensaba arriesgar la vida que tan poco le había costado construir. 10 meses más tarde tenía hambre, y una nueva oferta llegó a ella. Un contrato tiraba por la borda todo lo que tenía, y en pocos días todas sus certezas y convicciones quedaron aplastadas por un comercial de 30 segundos. Aunque el hambre y la falta de fama le obligaron a tomar esa extrema decisión un poco de aquel genio arrogante pudo imponer que durante la grabación, las escenas de riesgo sean interpretadas por otra cucaracha. Dos días más tarde durante el entierro de su doble, la cucaracha, hasta el momento sin nombre, recibió la oferta clave de su hollywoodense vida, a partir de ese instante hasta ese otro, protagonizó películas viviendo en un paraíso aparte con meteoritos y plagas propias donde nada, ni Nadia, ni nadie puede contra ella*.
*Por pedido de su manager, en este relato no se profundiza sobre su trágica muerte en manos del producto que ella misma promocionó.
*Por pedido de su manager, en este relato no se profundiza sobre su trágica muerte en manos del producto que ella misma promocionó.
jueves
Se van, se van
Las palabras quedan en el papel, se aferra a él como la sangre en las telas. Las manchas de palabras dejan marcas y aureolas de pensamientos se traslucen en las hojas, hasta que logran irse.
Se creían liberadas del pensar para esclavizarse en un papel arrugado por la presión de la mano, pero algunas encuentran salvación. Algunas necesitan del calor de un útero contenedor que las proteja y les quite la relación de significados.
La tinta encerrada en renglones. Las palabras sueltas en lavandina.
Las palabras se liberan, salen de su falta de forma para empezar a significar. La tinta cae, una mancha surge, una letra se forma, otra letra se acomoda al lado de otra, una palabra nace. Cientos de palabras ya nacieron, pero la verdad es que son demasiadas para este viaje.
Vivimos en un mundo de magia, hoy quiero entender una pizca de eso.
Le saco la tapa, lo apoyo sobre la tinta volcada y a medida que lo traslado por la hoja, las palabras van desapareciendo del papel como por arte de magia.
Sí, se pueden crear ilusiones con un borra tintas.
Las palabras se vuelven a perder en una nebulosa diferente a la de la tinta fresca, con un perfume particular que cualquier nariz rechaza al instante. Es difícil saber qué hacen todas las palabras juntas sabiendo que alguna vez tuvieron una relación y hoy no son más que enemigas porque alguien las puso en contra. Porque alguien las engaño pensando que juntas formarían una buena pareja y en verdad sólo formaron parte de un engaño que no convenció ni siquiera a su creador.
Cómo pueden volver a verse sabiendo todo lo que una dijo, expresando contrariedades desde el nacer desviado.
Mueren ahí, desvaneciéndose y deformándose mientras suben por un haz blanco que en su recorrida sugiere su perdón, las palabras su arrepentimiento por un pecado no cometido, pero que tienen impregnado por el sólo hecho de haber nacido palabras.
Todavía tienen esperanza y la redención lavandinezca llega para todas por igual y vuelven a empezar. Teñidas de un color nuevo, un mundo conocido pero mejorado las espera, y ellas de otro color toman lo bueno. Esta vez de azul salen nuevamente al mismo mundo, palabras renovadas en un papel ya conocido pero distinto, porque sufrió correcciones que eran necesarias padecer para poder aprender a escribir bien. Para eso es que un borra tintas tiene dos lados no sabemos adonde van, ni de donde vienen, las vemos mal y bien. Un borra tintas.
Entonces hoy entendí que las palabras son un mundo aparte. Que aparecen y desaparecen como por arte de magia simplemente porque nadie entiende cómo llegan, cómo se van.
Las mías se van, se están yendo, adiós.
Se creían liberadas del pensar para esclavizarse en un papel arrugado por la presión de la mano, pero algunas encuentran salvación. Algunas necesitan del calor de un útero contenedor que las proteja y les quite la relación de significados.
La tinta encerrada en renglones. Las palabras sueltas en lavandina.
Las palabras se liberan, salen de su falta de forma para empezar a significar. La tinta cae, una mancha surge, una letra se forma, otra letra se acomoda al lado de otra, una palabra nace. Cientos de palabras ya nacieron, pero la verdad es que son demasiadas para este viaje.
Vivimos en un mundo de magia, hoy quiero entender una pizca de eso.
Le saco la tapa, lo apoyo sobre la tinta volcada y a medida que lo traslado por la hoja, las palabras van desapareciendo del papel como por arte de magia.
Sí, se pueden crear ilusiones con un borra tintas.
Las palabras se vuelven a perder en una nebulosa diferente a la de la tinta fresca, con un perfume particular que cualquier nariz rechaza al instante. Es difícil saber qué hacen todas las palabras juntas sabiendo que alguna vez tuvieron una relación y hoy no son más que enemigas porque alguien las puso en contra. Porque alguien las engaño pensando que juntas formarían una buena pareja y en verdad sólo formaron parte de un engaño que no convenció ni siquiera a su creador.
Cómo pueden volver a verse sabiendo todo lo que una dijo, expresando contrariedades desde el nacer desviado.
Mueren ahí, desvaneciéndose y deformándose mientras suben por un haz blanco que en su recorrida sugiere su perdón, las palabras su arrepentimiento por un pecado no cometido, pero que tienen impregnado por el sólo hecho de haber nacido palabras.
Todavía tienen esperanza y la redención lavandinezca llega para todas por igual y vuelven a empezar. Teñidas de un color nuevo, un mundo conocido pero mejorado las espera, y ellas de otro color toman lo bueno. Esta vez de azul salen nuevamente al mismo mundo, palabras renovadas en un papel ya conocido pero distinto, porque sufrió correcciones que eran necesarias padecer para poder aprender a escribir bien. Para eso es que un borra tintas tiene dos lados no sabemos adonde van, ni de donde vienen, las vemos mal y bien. Un borra tintas.
Entonces hoy entendí que las palabras son un mundo aparte. Que aparecen y desaparecen como por arte de magia simplemente porque nadie entiende cómo llegan, cómo se van.
Las mías se van, se están yendo, adiós.
miércoles
Me están empezando a gustar las matemáticas
Un conejo de indias + jeringas = “progreso”
Una vaca - leche = inundaciones
Una caja con dvd´s + un fin de semana = turno con un oculista
Tickets de compra + un placard vacio = Cáritas
Una palabra + la persona menos esperada = un día nuevo
Una vaca - leche = inundaciones
Una caja con dvd´s + un fin de semana = turno con un oculista
Tickets de compra + un placard vacio = Cáritas
Una palabra + la persona menos esperada = un día nuevo
domingo
Tarde de domingo porteño
Empecé a escucharlo y mi ánimo cambió constantemente, cada cinco minutos aprox., pero la sensación que dan los suspiros no me abandonó nunca.
Verano Porteño. Los mareados. Che, tango che (fuerza dentro mio). Decarísimo. Sur. Alma de bohemio. Milonga del ángel. La cumparsita. Prepárense. Contemporáneo. Caliente. Resurrección del ángel. Todo Buenos Aires. Romance del diablo. Taconeando.
Che, qué grande che.
Verano Porteño. Los mareados. Che, tango che (fuerza dentro mio). Decarísimo. Sur. Alma de bohemio. Milonga del ángel. La cumparsita. Prepárense. Contemporáneo. Caliente. Resurrección del ángel. Todo Buenos Aires. Romance del diablo. Taconeando.
Che, qué grande che.
sábado
miércoles
Lo que hace una alegría
Emilio dio vuelta la esquina de Defensa y se encontró con alguien. Alguien lo saludó, él no recordó quién era, pero le devolvió el saludo con una leve sonrisa y un adiós.
Entró a un antiguo conventillo convertido en museo de antigüedades y compró cosas viejas como nunca hacía. Disfrutaba salir a caminar sin rumbo, mirando hacia el cielo y el piso esquivando restos de cosas. Caminar abriendo su mente y cerrándose a su mundo, pensando sin pensar en nada y dejando que las ideas revolucionen sus neuronas de cristal en pos del capitalismo publicitario. En ese momento prefería dejar que los pies piensen por la cabeza.
Emilio compró una cajita de madera muy parecida a una que había visto en lo de su abuela tratando de obtener un recuerdo a la fuerza.
Sacó su billetera y se le cayó un papel. Sin darle mayor importancia, lo sostuvo en la mano mientras pagaba y cuando se fue caminando lo leyó. No era su letra, no recordaba quien se lo había dado, ni tampoco a nadie con el nombre escrito, “Gastón”.
En la calle Perú esperó el 24 bastante tiempo y se entretuvo siguiendo el recorrido que hacía una hormiga cargando una hoja. Mucho antes de que la hormiga llegara al cordón de la vereda, un auto pasó y de adentro un hombre de barba descuidada sacó su brazo derecho saludándolo con un gesto efusivo.
En el colectivo soñó con reverencias y saludos de cortesía, con sombreros que se separaban de la cabeza automáticamente cada vez que aparecía una señorita en escena. Soñó que él robaba la caja de su abuela, y después salía corriendo a atrapar al ladrón mientras una sombra seguía cada uno de sus pasos.
Llegó a su casa, y junto con el boleto de colectivo sacó un par de papeles con nombres desconocidos para él.
Miró el noticiero y sintió que dentro de una manifestación en plaza de Mayo un par de señoras con rulos y tinturas pasadas de moda lo saludaban y modulaban su nombre.
- “Creo que me voy a dormir.”
Despertó y volvió a entre dormirse varias veces hasta que su reloj interno le dijo que era tarde, que para soñar tenía todo el día.
Saliendo de su casa lo saludó el sodero y por dejarle la puerta abierta se chocó con una chica que sorpresivamente lo saludó con un beso en la mejilla y un “¿cómo estás?”. Emilio estaba convencido de que nunca en su vida la había visto, no era vecina porque el portero no la conocía. Lo saludó y se fue, así como se fue toda la rutina que ese día podía tener.
Un chico de gorra lo saluda; una señora con aspecto de vecina le dirige sus chusmerios; una chica bastante bonita lo mira tímidamente y le dedica un “chau”; un nene tímidamente le dice hola; una madre con un carrito y dos bebés le dice qué tal como anda; un viejito, buenos días; su cabeza explota y le dice, hasta pronto.
Papeles, más papeles, sus bolsillos se llenan de notas, de nombres, de gente que nunca había visto y de demasiadas incertidumbres.
Infinidad de papeles se fueron acumulando en cada rincón de su casa, y Emilio los leía sólo una vez. Con una lectura lenta de esos ojos asombrados, alguien se aseguraba vivir más años del que en verdad le correspondían.
Miles de desconocidos respiraron por un momento el mismo aire que Emilio y en cada bocanada se respiraba un poco de futuro.
Emilio se preguntaba porqué desconocía a tanta gente, porqué todo el mundo quería saludarlo hasta que por fin se lo preguntó a un nene que pasaba por ahí. Con la respuesta más sincera de todas, el nene le dijo: “Cómo no te voy a saludar si vos todavía tenés una sonrisa en la cara.”.
Entró a un antiguo conventillo convertido en museo de antigüedades y compró cosas viejas como nunca hacía. Disfrutaba salir a caminar sin rumbo, mirando hacia el cielo y el piso esquivando restos de cosas. Caminar abriendo su mente y cerrándose a su mundo, pensando sin pensar en nada y dejando que las ideas revolucionen sus neuronas de cristal en pos del capitalismo publicitario. En ese momento prefería dejar que los pies piensen por la cabeza.
Emilio compró una cajita de madera muy parecida a una que había visto en lo de su abuela tratando de obtener un recuerdo a la fuerza.
Sacó su billetera y se le cayó un papel. Sin darle mayor importancia, lo sostuvo en la mano mientras pagaba y cuando se fue caminando lo leyó. No era su letra, no recordaba quien se lo había dado, ni tampoco a nadie con el nombre escrito, “Gastón”.
En la calle Perú esperó el 24 bastante tiempo y se entretuvo siguiendo el recorrido que hacía una hormiga cargando una hoja. Mucho antes de que la hormiga llegara al cordón de la vereda, un auto pasó y de adentro un hombre de barba descuidada sacó su brazo derecho saludándolo con un gesto efusivo.
En el colectivo soñó con reverencias y saludos de cortesía, con sombreros que se separaban de la cabeza automáticamente cada vez que aparecía una señorita en escena. Soñó que él robaba la caja de su abuela, y después salía corriendo a atrapar al ladrón mientras una sombra seguía cada uno de sus pasos.
Llegó a su casa, y junto con el boleto de colectivo sacó un par de papeles con nombres desconocidos para él.
Miró el noticiero y sintió que dentro de una manifestación en plaza de Mayo un par de señoras con rulos y tinturas pasadas de moda lo saludaban y modulaban su nombre.
- “Creo que me voy a dormir.”
Despertó y volvió a entre dormirse varias veces hasta que su reloj interno le dijo que era tarde, que para soñar tenía todo el día.
Saliendo de su casa lo saludó el sodero y por dejarle la puerta abierta se chocó con una chica que sorpresivamente lo saludó con un beso en la mejilla y un “¿cómo estás?”. Emilio estaba convencido de que nunca en su vida la había visto, no era vecina porque el portero no la conocía. Lo saludó y se fue, así como se fue toda la rutina que ese día podía tener.
Un chico de gorra lo saluda; una señora con aspecto de vecina le dirige sus chusmerios; una chica bastante bonita lo mira tímidamente y le dedica un “chau”; un nene tímidamente le dice hola; una madre con un carrito y dos bebés le dice qué tal como anda; un viejito, buenos días; su cabeza explota y le dice, hasta pronto.
Papeles, más papeles, sus bolsillos se llenan de notas, de nombres, de gente que nunca había visto y de demasiadas incertidumbres.
Infinidad de papeles se fueron acumulando en cada rincón de su casa, y Emilio los leía sólo una vez. Con una lectura lenta de esos ojos asombrados, alguien se aseguraba vivir más años del que en verdad le correspondían.
Miles de desconocidos respiraron por un momento el mismo aire que Emilio y en cada bocanada se respiraba un poco de futuro.
Emilio se preguntaba porqué desconocía a tanta gente, porqué todo el mundo quería saludarlo hasta que por fin se lo preguntó a un nene que pasaba por ahí. Con la respuesta más sincera de todas, el nene le dijo: “Cómo no te voy a saludar si vos todavía tenés una sonrisa en la cara.”.
viernes
sábado
Abriendo los suspiros
De noche, mi perfume de alguna forma misteriosa se empieza a oler como si fusen las 9 de la mañana y recién saliera disparado del tarro cuadrado hacia mi piel; ahí es cuando pierdo la mirada.
Una misma idea me da vueltas por el corazón hasta que el ventrículo izquierdo no soporta más y se vence. La respiración se corta y de improviso, violentamente, un suspiro me devuelve la calma como después de la tormenta, y cerrando los ojos dejo mi cuerpo sin aire; cerrando los ojos es como más me gusta llorar.
En silencio, ojos que quisieran ser mirados se lavan preparando a las pupilas para nuevos sueños, que seguramente nunca recuerde, pero que van a quedar debajo de mis uñas, sucios y olvidados.
Entonces las pestañas mojadas se chocan, y mi perfume se huele. Me toco el cuello para untar un poco de aroma en mis yemas y comprobar que no estoy imaginando.
No estoy imaginando, huelo a perfume, rico, de flores, no de coronas; estoy viva, me faltan cosas, pero a veces pienso que así es más lindo.
Una misma idea me da vueltas por el corazón hasta que el ventrículo izquierdo no soporta más y se vence. La respiración se corta y de improviso, violentamente, un suspiro me devuelve la calma como después de la tormenta, y cerrando los ojos dejo mi cuerpo sin aire; cerrando los ojos es como más me gusta llorar.
En silencio, ojos que quisieran ser mirados se lavan preparando a las pupilas para nuevos sueños, que seguramente nunca recuerde, pero que van a quedar debajo de mis uñas, sucios y olvidados.
Entonces las pestañas mojadas se chocan, y mi perfume se huele. Me toco el cuello para untar un poco de aroma en mis yemas y comprobar que no estoy imaginando.
No estoy imaginando, huelo a perfume, rico, de flores, no de coronas; estoy viva, me faltan cosas, pero a veces pienso que así es más lindo.
jueves
Cuento hasta mañana
Quiero desangrarme y que las palabras vayan tomando volumen con el citoplasma. Quiero decirle a la mala suerte seguí participando.
Me gustaría caminar por mucho tiempo hasta lograr el equilibrio que necesito para caminar por las paredes. Ya lo logré en el agua, pero era más fácil porque pensaba que era fernet. ¿Qué puedo pensar que es un edificio? No quiero ser la mujer araña pero quiero tener esa facilidad de atacar cabos. Quiero tener todo el día esa sensación que deja la música que me gusta mucho como si de a poco me elevara un poquito, de la cintura para arriba nada más; los pies siempre en la tierra, lamentablemente.
Hoy fue un día productivo, creo que fue porque me voy a una fiesta.
No hay nada más que pueda hacer hoy, así que me mato hasta mañana.
Me gustaría caminar por mucho tiempo hasta lograr el equilibrio que necesito para caminar por las paredes. Ya lo logré en el agua, pero era más fácil porque pensaba que era fernet. ¿Qué puedo pensar que es un edificio? No quiero ser la mujer araña pero quiero tener esa facilidad de atacar cabos. Quiero tener todo el día esa sensación que deja la música que me gusta mucho como si de a poco me elevara un poquito, de la cintura para arriba nada más; los pies siempre en la tierra, lamentablemente.
Hoy fue un día productivo, creo que fue porque me voy a una fiesta.
No hay nada más que pueda hacer hoy, así que me mato hasta mañana.
sábado
domingo
El futuro está dentro tuyo. Sacalo.
El futuro es cierto, aunque muchas personas creen que no lo tienen. Aunque su futuro sea morirse, sigue siendo futuro. O pero aún, seguir viviendo sin pesar que existe un futuro para ellos, morirse en vida, morirse buscando algo y no darse cuenta de que lo que buscás está debajo de tus pies.
Silvia pensaba eso, que su suerte en la vida consistía en su trabajo como enfermera en un hospital público, quizás con algún roce interesante con algún médico en una de las largas e interminables noches de guardia. Pero sabía que sus aptitudes físicas e intereses generales daban más con el perfil de empleado de limpieza del hospital. Ya estaba resignada a encontrar un hombre que valga la pena. No pedía mucho, quería que por lo menos cuando él salga con los amigos la lleve y pueda emborracharse a la par de sus botellas vacías.
No era una persona hábil para ver un poco más allá, no se daba cuenta que detrás de los frascos de orina había un mundo que ella era capaz de conocer mucho mejor que vos y que yo.
La idea de recoger frascos de análisis, primero llenos y después vacios, no le producía más que un extremo arraigo a su realidad que la dejaba sin la posibilidad de soñar. Tener un sueño para Silvia era tener lo contrario a una pesadilla, algo personalmente lamentable. Mientras la mayoría de las personas sueñan con algo, aunque fuese un monopatín con motor, existe otra parte de la población que se duerme imaginando cosas, posibles o no, que cobran un milésimo de vida en una mente. Simplemente se escapan de alguna realidad para solucionarla con un sueño. Relajan la mente con lo que causa el nudo; algo así como las huelgas japonesas: la mente produce más.
El primer día de Marzo, dos personas de azul y una de verde musgo tocaron la puerta de Silvia y le instalaron el cable. La de verde, el portero, se quedo a cambiar un cuerito.
Ese mismo día Silvia empezó a disfrutar de las comodidades del cable, películas románticas por la tarde, y por la noche un zapping rápido e indiscreto por canales sin señal.
El fin de semana la acompañaron fuertes lluvias intermitentes ideales para acostarse con facturas y un café en la cama. Enganchó unos documentales de infinito acerca de ciencias místicas, brujas y cartas astrales. Se interesó bastante en la adivinación con la borra del café, y como el suyo se había terminado no dudó en probar. Según sus predicciones, algo viejo iba a cambiarle la vida y -dato curioso- debía soñar más. Acto seguido, durmió la siesta hasta la mañana siguiente.
Siguió con su rutina de análisis amarillos. Muy aburrida, de a poco imaginó, y un rato después, empezó a soñar. Se acordó del programa con el que había podido leer la borra de su café.
Estaba sola en el laboratorio vaciando los frascos de orina cuando se le ocurrió jugar con ellos. Entre una taza de café y un frasco no hay muchas diferencias, salvo el contenido; la técnica para leerlos sería la misma; cuestión de probar y divertirse en las últimas horas de un lunes laboral. Empezó con los tarros de mujeres, sintió que podía imaginar más los problemas femeninos, no por empatía natural, sino porque los entendía en carne propia.
Al comienzo sus predicciones tenían que ver con la salud, como era de esperar algunas iban a ser madres muy pronto, y otras tantas tendrían problemas en su cuerpo. Pero se dejó lo mejor para el final. Cuando los tarros se estaban terminando, Silvia empezó a ver más allá. Pudo descifrar romances en puerta, suerte en los negocios, sorpresas para algunos y peligros para otros. Los días convirtieron a la actividad nueva en hobby, se pasaba horas tratando de adivinar qué pasaría en las vidas de otras personas, pero hasta el momento nunca había conocido a nadie que pudiera decirle si sus predicciones eran verdaderas o falsas hasta que un frasco muy especial llegó a sus manos, el de alguien conocido, el de una de sus compañeras de hospital.
La curiosidad que despertó en Silvia fue incalculable y sin dudas, lo primero que hizo fue esperar a que el bioquímico realice los estudios pertinentes, así ella podía vaciar el contenido y quedarse con el frasco para adivinar el futuro de su compañera y poder de alguna manera comprobarlo.
No puedo dejar de contar lo que Silvia vio en los restos de orín: embarazo y un marido cruel que preferiría a otra mujer antes que aun hijo. Además de que tenía que cuidar el trabajo y comer más alimentos con hierro.
Muy emocionada y contenta con lo que había podido descubrir, no se dio cuenta de que su horario había terminado y que estaba llegando tarde a cuidar a una anciana enferma del otro lado de la ciudad. Se tomó un taxi en la esquina, y de repente, se olvidó de porqué le estaba diciendo al taxista que se apure, sus palabras exigían más velocidad y sus pensamientos no hacía más que convencer a su corazón de que quería quedarse toda la vida adentro de ese taxi.
Silvia se sonrojaba cada vez más y el taxista tampoco pudo resistir ese algo que había en el ambiente mezcla de deseo y temor. Se lo dijo; le preguntó cómo se llamaba, si quería ir tomar algo con él al día siguiente. Silvia dudo. Dudó mucho, pero la duda en la mujer es – casi siempre- es un sí; aceptó.
Una semana después Silvia se arreglaba para la cuarta cita y su corazón se preparaba para explotar de amor por Raúl, el taxista. Dos meses después Silvia se preparaba para decirle que estaba completamente enamorada y él se preparaba para mentirle un poco más.
Después de que sus hormonas se calmasen un poco y la rutina del nuevo amor le hiciera acordar que su trabajo era vaciar muestras de orín, volvió con su hobby de la adivinación.
Antes de irse del hospital escuchó llantos en el pasillo, salió y encontró a su compañera desconsolada con un chocolate en la mano. Mente retorcida y aprovechando la falta de barreras de la inconsolable mujer, Silvia quiso comprobar lo que había visto en el frasco de análisis. Tres suspiros más tarde se enteraba que Mabel estaba embarazada y que cuando el marido lo supo la dejó sola eligiendo el nombre del bebé.
No pudo disimular su alegría, al fin era buena para algo. Entre sonrisas calladas con palabras serias de respeto y congoja para con su compañera, le aconsejo que se vaya a su casa y que descanse, su hijo era más importante que cualquier otra cosa. Con muy pocas palabras pudo calmarla y reconfortarla en un momento de angustia, notó que lo hacía muy bien sin sentirlo demasiado, pero sin hacer notar que lo que le estaba diciendo no le importaba mucho.
A partir de ese episodio Silvia sintió que los frascos de análisis eran más que frascos vacios, eran ventanas llenas de futuro, llenas de ese algo que le faltaba a su vida.
Silvia veía el futuro en tarros de muestras: donde las personas tiran lo que sus cuerpos despiden, ella podía vislumbrar lo que iba a venir. Su vida cambió como nunca jamás imaginó, tuvo un futuro cuando nunca pensó en tenerlo. Después de ingeniárselas para seguir comprobando sus habilidades, siguiendo a pacientes y consultando sin permiso historias clínicas quiso contárselo a Raúl.
Él no le creyó ni la mitad de las cosas hasta que un ejemplo le trajo un confuso deja vú. Algo de una compañera enfermera, un hijo y un hombre que abandona. Silvia nunca supo el nombre del hombre que tanto hizo llorar a Mabel, si eso hubiera pasado Raúl tendría que haber dado grandes explicaciones a dos mujeres enfermeras trabajando en un mismo hospital.
Para evitar las preguntas que las incomodidades sacan a relucir Raúl fue sincero con Silvia y le contó lo que ella no querría haber escuchado, no por vergüenza, sino porque esa verdad la ponía enfrente de un realidad que siempre tubo muy en clara, pero que gracias a él había aprendido a dejar atrás y a vivir un poco de las sorpresas mínimas que la vida le ponía dulcemente en la cara.
Raúl lo dijo, Silvia se enteró de su pasado.
Lo tomó bastante bien, sólo hizo una pregunta que Raúl respondió con una mentira más. Después de haber contado su pasado no podía permitir que de los detalles surjan dudas existenciales que pudieran arruinar ese momento de alivio. Raúl le contó que había trabajado por muchos años en un hospital, pero nunca le dijo en cuál. Sí le dijo que por ciertas circunstancias de la vida, por el cansancio y la fastidia que le producía limpiar había dejado el hospital por el taxi.
Raúl, ahora, era del todo el perfil de Silvia. Un poco menos de orgullo para ella, pero en fin: era lo que tenía, y la llenaba. De todos modos hubo algo que él despertó en ella y para sacarlo afuera de una vez por todas, tuvo una gran idea. A ella también le hacía falta un cambio, él supo cómo seguir zafándola un poco más y a la vez hacer feliz a Silvia hasta el día de hoy.
Silvia pensaba eso, que su suerte en la vida consistía en su trabajo como enfermera en un hospital público, quizás con algún roce interesante con algún médico en una de las largas e interminables noches de guardia. Pero sabía que sus aptitudes físicas e intereses generales daban más con el perfil de empleado de limpieza del hospital. Ya estaba resignada a encontrar un hombre que valga la pena. No pedía mucho, quería que por lo menos cuando él salga con los amigos la lleve y pueda emborracharse a la par de sus botellas vacías.
No era una persona hábil para ver un poco más allá, no se daba cuenta que detrás de los frascos de orina había un mundo que ella era capaz de conocer mucho mejor que vos y que yo.
La idea de recoger frascos de análisis, primero llenos y después vacios, no le producía más que un extremo arraigo a su realidad que la dejaba sin la posibilidad de soñar. Tener un sueño para Silvia era tener lo contrario a una pesadilla, algo personalmente lamentable. Mientras la mayoría de las personas sueñan con algo, aunque fuese un monopatín con motor, existe otra parte de la población que se duerme imaginando cosas, posibles o no, que cobran un milésimo de vida en una mente. Simplemente se escapan de alguna realidad para solucionarla con un sueño. Relajan la mente con lo que causa el nudo; algo así como las huelgas japonesas: la mente produce más.
El primer día de Marzo, dos personas de azul y una de verde musgo tocaron la puerta de Silvia y le instalaron el cable. La de verde, el portero, se quedo a cambiar un cuerito.
Ese mismo día Silvia empezó a disfrutar de las comodidades del cable, películas románticas por la tarde, y por la noche un zapping rápido e indiscreto por canales sin señal.
El fin de semana la acompañaron fuertes lluvias intermitentes ideales para acostarse con facturas y un café en la cama. Enganchó unos documentales de infinito acerca de ciencias místicas, brujas y cartas astrales. Se interesó bastante en la adivinación con la borra del café, y como el suyo se había terminado no dudó en probar. Según sus predicciones, algo viejo iba a cambiarle la vida y -dato curioso- debía soñar más. Acto seguido, durmió la siesta hasta la mañana siguiente.
Siguió con su rutina de análisis amarillos. Muy aburrida, de a poco imaginó, y un rato después, empezó a soñar. Se acordó del programa con el que había podido leer la borra de su café.
Estaba sola en el laboratorio vaciando los frascos de orina cuando se le ocurrió jugar con ellos. Entre una taza de café y un frasco no hay muchas diferencias, salvo el contenido; la técnica para leerlos sería la misma; cuestión de probar y divertirse en las últimas horas de un lunes laboral. Empezó con los tarros de mujeres, sintió que podía imaginar más los problemas femeninos, no por empatía natural, sino porque los entendía en carne propia.
Al comienzo sus predicciones tenían que ver con la salud, como era de esperar algunas iban a ser madres muy pronto, y otras tantas tendrían problemas en su cuerpo. Pero se dejó lo mejor para el final. Cuando los tarros se estaban terminando, Silvia empezó a ver más allá. Pudo descifrar romances en puerta, suerte en los negocios, sorpresas para algunos y peligros para otros. Los días convirtieron a la actividad nueva en hobby, se pasaba horas tratando de adivinar qué pasaría en las vidas de otras personas, pero hasta el momento nunca había conocido a nadie que pudiera decirle si sus predicciones eran verdaderas o falsas hasta que un frasco muy especial llegó a sus manos, el de alguien conocido, el de una de sus compañeras de hospital.
La curiosidad que despertó en Silvia fue incalculable y sin dudas, lo primero que hizo fue esperar a que el bioquímico realice los estudios pertinentes, así ella podía vaciar el contenido y quedarse con el frasco para adivinar el futuro de su compañera y poder de alguna manera comprobarlo.
No puedo dejar de contar lo que Silvia vio en los restos de orín: embarazo y un marido cruel que preferiría a otra mujer antes que aun hijo. Además de que tenía que cuidar el trabajo y comer más alimentos con hierro.
Muy emocionada y contenta con lo que había podido descubrir, no se dio cuenta de que su horario había terminado y que estaba llegando tarde a cuidar a una anciana enferma del otro lado de la ciudad. Se tomó un taxi en la esquina, y de repente, se olvidó de porqué le estaba diciendo al taxista que se apure, sus palabras exigían más velocidad y sus pensamientos no hacía más que convencer a su corazón de que quería quedarse toda la vida adentro de ese taxi.
Silvia se sonrojaba cada vez más y el taxista tampoco pudo resistir ese algo que había en el ambiente mezcla de deseo y temor. Se lo dijo; le preguntó cómo se llamaba, si quería ir tomar algo con él al día siguiente. Silvia dudo. Dudó mucho, pero la duda en la mujer es – casi siempre- es un sí; aceptó.
Una semana después Silvia se arreglaba para la cuarta cita y su corazón se preparaba para explotar de amor por Raúl, el taxista. Dos meses después Silvia se preparaba para decirle que estaba completamente enamorada y él se preparaba para mentirle un poco más.
Después de que sus hormonas se calmasen un poco y la rutina del nuevo amor le hiciera acordar que su trabajo era vaciar muestras de orín, volvió con su hobby de la adivinación.
Antes de irse del hospital escuchó llantos en el pasillo, salió y encontró a su compañera desconsolada con un chocolate en la mano. Mente retorcida y aprovechando la falta de barreras de la inconsolable mujer, Silvia quiso comprobar lo que había visto en el frasco de análisis. Tres suspiros más tarde se enteraba que Mabel estaba embarazada y que cuando el marido lo supo la dejó sola eligiendo el nombre del bebé.
No pudo disimular su alegría, al fin era buena para algo. Entre sonrisas calladas con palabras serias de respeto y congoja para con su compañera, le aconsejo que se vaya a su casa y que descanse, su hijo era más importante que cualquier otra cosa. Con muy pocas palabras pudo calmarla y reconfortarla en un momento de angustia, notó que lo hacía muy bien sin sentirlo demasiado, pero sin hacer notar que lo que le estaba diciendo no le importaba mucho.
A partir de ese episodio Silvia sintió que los frascos de análisis eran más que frascos vacios, eran ventanas llenas de futuro, llenas de ese algo que le faltaba a su vida.
Silvia veía el futuro en tarros de muestras: donde las personas tiran lo que sus cuerpos despiden, ella podía vislumbrar lo que iba a venir. Su vida cambió como nunca jamás imaginó, tuvo un futuro cuando nunca pensó en tenerlo. Después de ingeniárselas para seguir comprobando sus habilidades, siguiendo a pacientes y consultando sin permiso historias clínicas quiso contárselo a Raúl.
Él no le creyó ni la mitad de las cosas hasta que un ejemplo le trajo un confuso deja vú. Algo de una compañera enfermera, un hijo y un hombre que abandona. Silvia nunca supo el nombre del hombre que tanto hizo llorar a Mabel, si eso hubiera pasado Raúl tendría que haber dado grandes explicaciones a dos mujeres enfermeras trabajando en un mismo hospital.
Para evitar las preguntas que las incomodidades sacan a relucir Raúl fue sincero con Silvia y le contó lo que ella no querría haber escuchado, no por vergüenza, sino porque esa verdad la ponía enfrente de un realidad que siempre tubo muy en clara, pero que gracias a él había aprendido a dejar atrás y a vivir un poco de las sorpresas mínimas que la vida le ponía dulcemente en la cara.
Raúl lo dijo, Silvia se enteró de su pasado.
Lo tomó bastante bien, sólo hizo una pregunta que Raúl respondió con una mentira más. Después de haber contado su pasado no podía permitir que de los detalles surjan dudas existenciales que pudieran arruinar ese momento de alivio. Raúl le contó que había trabajado por muchos años en un hospital, pero nunca le dijo en cuál. Sí le dijo que por ciertas circunstancias de la vida, por el cansancio y la fastidia que le producía limpiar había dejado el hospital por el taxi.
Raúl, ahora, era del todo el perfil de Silvia. Un poco menos de orgullo para ella, pero en fin: era lo que tenía, y la llenaba. De todos modos hubo algo que él despertó en ella y para sacarlo afuera de una vez por todas, tuvo una gran idea. A ella también le hacía falta un cambio, él supo cómo seguir zafándola un poco más y a la vez hacer feliz a Silvia hasta el día de hoy.
sábado
Con jazmines
Hace dos años que siento que me miran y que una campana dejó de pedir ayuda. Pero hoy es un día tan lindo...
viernes
La libertad viaja en colectivo
Una polilla quería llegar al obelisco para conocer el centro de la ciudad. Aunque le habían dicho que era muy peligrosa, su espíritu salvaje se atrevió más que su duda.
No sabía como hacer para llegar, entonces apoyando sus patitas en el piso, le preguntó a una cucaracha que le dijo que agarre derecho Corrientes o Córdoba o Santa Fe, pero la polilla tampoco sabía dónde quedaban esas calles y como estaba en Zapiola y Federico Lacroze, se tomó el 168.
No encontró asiento vacio y para evitar los magullones que las frenadas del colectivo le proferían si se quedaba quieta, empezó a volar. Muy tranquila iba de asiento en asiento, de agarra manos en agarra manos haciendo zigzag entre los pasajeros. Una señora que estaba parada al lado del último asiento la descubrió y asombrada la comenzó a seguir con la mirada. La polilla incómoda ante la mirada de la extraña voló más fuerte, pero siempre hacia el mismo lugar y una por una las personas fueron levantando la cabeza y admirando a la polilla. Todo el colectivo siguió el recorrido del insecto y muchos desearon que se apoyara sobre sus hombros pero ninguno lo pensó tan fuerte como para que pasara.
El 168 llegó a Corrientes y 9 de Julio y la polilla, sin tocar el timbre, se bajó llevándose los pensamientos de libertad de todas las personas que estaban en el colectivo.
No sabía como hacer para llegar, entonces apoyando sus patitas en el piso, le preguntó a una cucaracha que le dijo que agarre derecho Corrientes o Córdoba o Santa Fe, pero la polilla tampoco sabía dónde quedaban esas calles y como estaba en Zapiola y Federico Lacroze, se tomó el 168.
No encontró asiento vacio y para evitar los magullones que las frenadas del colectivo le proferían si se quedaba quieta, empezó a volar. Muy tranquila iba de asiento en asiento, de agarra manos en agarra manos haciendo zigzag entre los pasajeros. Una señora que estaba parada al lado del último asiento la descubrió y asombrada la comenzó a seguir con la mirada. La polilla incómoda ante la mirada de la extraña voló más fuerte, pero siempre hacia el mismo lugar y una por una las personas fueron levantando la cabeza y admirando a la polilla. Todo el colectivo siguió el recorrido del insecto y muchos desearon que se apoyara sobre sus hombros pero ninguno lo pensó tan fuerte como para que pasara.
El 168 llegó a Corrientes y 9 de Julio y la polilla, sin tocar el timbre, se bajó llevándose los pensamientos de libertad de todas las personas que estaban en el colectivo.
miércoles
Dormida sentí placer
Ahí arriba, esa noche fue la noche que mejor dormí en mi vida.
Bajo el sonido del infinito, la oscuridad de la montaña y el frío de estar muy lejos, mis ojos fueron los últimos que se cerraron esa noche.
Los saludos de la luna me durmieron profundamente en un hipnótico sueño. Tapada solamente con mi bolsa de dormir y una frazada prestada me dejé llevar por el cansancio y la satisfacción de estar ahí, increíblemente en medio de la nada, de todo, de una montaña gigante, de una mente en crecimiento.
Pasaron horas, capaz que fueron siglos, no lo sé, yo seguía hundida en ese microespacio que me imantaba. No soñé, dormí tan contenta que no necesité soñar, mi mente y el alrededor se llevaron de lujo, una perfecta convivencia, la paz misma.
Mi respiración se mezclaba con el ambiente. Por horas dejé de existir, mi cuerpo seguía dentro de la bolsa de dormir pero mi persona no estaba, no respondía; creo que conoció la libertad y pospuso la vuelta hasta que se cansó.
zzz, me hubiese gustado verme dormir, zzz.
Bajo el sonido de una puerta de madera, de gente desayunando y más maderas crujiendo, mis ojos fueron los últimos en abrirse.
Ahí arriba, esa mañana fue la mañana más feliz de mi vida.
Bajo el sonido del infinito, la oscuridad de la montaña y el frío de estar muy lejos, mis ojos fueron los últimos que se cerraron esa noche.
Los saludos de la luna me durmieron profundamente en un hipnótico sueño. Tapada solamente con mi bolsa de dormir y una frazada prestada me dejé llevar por el cansancio y la satisfacción de estar ahí, increíblemente en medio de la nada, de todo, de una montaña gigante, de una mente en crecimiento.
Pasaron horas, capaz que fueron siglos, no lo sé, yo seguía hundida en ese microespacio que me imantaba. No soñé, dormí tan contenta que no necesité soñar, mi mente y el alrededor se llevaron de lujo, una perfecta convivencia, la paz misma.
Mi respiración se mezclaba con el ambiente. Por horas dejé de existir, mi cuerpo seguía dentro de la bolsa de dormir pero mi persona no estaba, no respondía; creo que conoció la libertad y pospuso la vuelta hasta que se cansó.
zzz, me hubiese gustado verme dormir, zzz.
Bajo el sonido de una puerta de madera, de gente desayunando y más maderas crujiendo, mis ojos fueron los últimos en abrirse.
Ahí arriba, esa mañana fue la mañana más feliz de mi vida.
martes
Ví la luz
Y la luz me dijo poniéndome los ojos achinados: vos no podés hacer esto, no te sale, lero-lero. Yo la seguía mirando como podía. Me hacía mucho mal, en ese momento me hubiese gustado tener mis anteojos de sol Infinit. La luz me seguía hablando y mientras más achinaba mis ojos, cuatro rayos dorados se hacían más intensos. Yo pensaba que si hacía que mis párpados se cerraran más, haciendo mucha fuerza y pensando en el odio que tenía acumulado hacia a luz, por ahí explotara. Pero me cansé demasiado, los ojos me dolieron y los cerré. Los cerré, y muchos círculos blancos aparecieron frente a mí mareándome, perdí el equilibrio y abrí los ojos. Pensé: Agus, ojo con tus ojos, no es bueno mirar directamente a la luz, te puede llevar. Pero a esa altura, ¿a dónde me iba a llevar?, ya estaba acá, ¿iba a haber algo peor? Nahh, no lo creí.
Miré otra vez fijo a la luz, entrecerré mis ojos como antes, volvieron a aparecer los cuatro fantásticos rayos dorados, pero yo no me hice atrás, los absorbí. Abrí mis ojos grandes dejando entrar toda la luz en mis pupilas, los cuatro pesos pesados de la luz se fueron disipando y de cada uno, se separaron bastantes rayos de la misma longitud pero mucho más anoréxicas que sus madres. Ya fue, yo abro los ojos de verdad como cuándo algo me sorprende, ahí fue cuando la líneas lánguidas y anoréxicas se hicieron enanas; anoréxicas y encima enanas. -No existís- dije por dentro, qué fácil que se achican, si lo hubiese sabido antes, hubiese mirado el eclipse de sol de ayer. Ahora voy a tener que esperar 50 años y mis ojos no sé si se van a envalentonar como recién.
No importa, una vez me salió y ahora no me para nadie. Así, aprendí algo: “divide y reinarás”. De última me quedaba un haz(*) bajo la manga: me arrastraba a ciegas hasta el interruptor y cortaba la luz de una.
(*) Nótese “as”. Cuak.
Miré otra vez fijo a la luz, entrecerré mis ojos como antes, volvieron a aparecer los cuatro fantásticos rayos dorados, pero yo no me hice atrás, los absorbí. Abrí mis ojos grandes dejando entrar toda la luz en mis pupilas, los cuatro pesos pesados de la luz se fueron disipando y de cada uno, se separaron bastantes rayos de la misma longitud pero mucho más anoréxicas que sus madres. Ya fue, yo abro los ojos de verdad como cuándo algo me sorprende, ahí fue cuando la líneas lánguidas y anoréxicas se hicieron enanas; anoréxicas y encima enanas. -No existís- dije por dentro, qué fácil que se achican, si lo hubiese sabido antes, hubiese mirado el eclipse de sol de ayer. Ahora voy a tener que esperar 50 años y mis ojos no sé si se van a envalentonar como recién.
No importa, una vez me salió y ahora no me para nadie. Así, aprendí algo: “divide y reinarás”. De última me quedaba un haz(*) bajo la manga: me arrastraba a ciegas hasta el interruptor y cortaba la luz de una.
(*) Nótese “as”. Cuak.
lunes
El olor de las mañanas
Si piensan que las mañanas tienen un olor especial, es verdad. La mañana huele distinto, huele a futuro prometedor, a día sin usar, a un día que hay que estrenar. Se huele un don que pocos o nadie sabe usar: el verdadero olor de las mañanas.
Nazareno tenía veintidós adolescentes años, un trabajo durante la semana para pagar sus fines de semana de alcohol, cigarrillos y gustos que a su edad tenía bien desarrollados, quizás lo único en claro que tenía en su vida. El estudio, bien gracias. Si no puedes con él, únetele; así que siguió adelante con ingeniería, nunca se supo por cuál año iba, pero sí se supo en el que tendría que haber estado.
Habitación para él solo en una familia de cinco: cinco años con cada marido que su madre había tenido, cinco años peleando con su padre y sinco-mentarios.
Su familia nunca tuvo que ver con lo que a él le pasaba, apenas se daban cuenta de su sensibilidad cuando mostraba pequeñas cuotas de su capacidad. Desde afuera del departamento donde vivían sabía, olía, lo que su madre estaba cocinando. Eso no es gran cosa, cualquiera lo puede hacer…
Nazareno se levantaba en las mañanas y podía conocer y saber todo lo que le iba a pasar durante el día. Su primer respiro matinal le traía aires de futuro.
Con su nariz él podía captar los olores que iba a recorrer durante su día, las comidas, los lugares, el miedo, la alegría, la excitación, marcas de cigarrillos, e incluso el aroma de la afortunada con la que iba a compartir su intimidad. “Qué rico perfume”. ¡Matador!. Siempre la misma frase cínica. Él ya sabía todo lo que iba a pasar, no lo había visto en sueños, ni siquiera imaginado despierto, tampoco presentido gracias a un sexto sentido: simplemente lo había olido por la mañana.
No importaba cuánto había tomado y fumado la noche anterior, el siempre se levantaba con su mundo de olores y perfumes en la nariz. Algunos de sus amigos más íntimos, lo deben haber sospechado. Siempre tenía las respuestas correctas y su día minuciosamente planeado cuando en realidad convivía con su desorden vivencial arraigado en todos los aspectos de su vida. Sólo su nariz imponía el carril a seguir, y por lo general, su búsqueda de presente consistía en hacerle caso a su órgano olfativo hasta encontrar a la chica con la que olería la lujuria y el placer, pero antes debía conocer otras jóvenes hasta encontrar el mismo aroma que había olido en la mañana.
Un domingo se levantó resfriado; una loca noche de tequila y cerveza, y una morocha salida de un colegio de monjas. Frío calor, frío calor = condensación = resfrío x tomar algo frío.
Ese día no olió, pero la amnesia de la noche anterior también le hizo olvidar sus primeros respiros matinales con el futuro del día. El malestar de la resaca le duró hasta el lunes.
El martes fue otro día, pensó que su hígado podría soportar más alcohol; lo soportó.
Miércoles descansó. Jueves, comenzó el fin de semana. Nazareno olía mañana tras mañana, eso le daba seguridad, confianza y una aparente superioridad que nadie más que él notaba.
Una mañana de domingo se despertó, abrió los ojos y la nariz, se sentó en la cama, miró por la ventana, olió su futuro y los ojos le saltaron como nunca. Olió lo que nunca quiso pensar que podría oler, sintió el aroma agrio y vinagroso de su muerte. Pero esta vez, la nariz no le dio la antelación a los actos que siempre le daba. Nazareno olió su muerte y sin poderlo creer, atónito e inesperado, murió de un ataque al corazón.
Nazareno tenía veintidós adolescentes años, un trabajo durante la semana para pagar sus fines de semana de alcohol, cigarrillos y gustos que a su edad tenía bien desarrollados, quizás lo único en claro que tenía en su vida. El estudio, bien gracias. Si no puedes con él, únetele; así que siguió adelante con ingeniería, nunca se supo por cuál año iba, pero sí se supo en el que tendría que haber estado.
Habitación para él solo en una familia de cinco: cinco años con cada marido que su madre había tenido, cinco años peleando con su padre y sinco-mentarios.
Su familia nunca tuvo que ver con lo que a él le pasaba, apenas se daban cuenta de su sensibilidad cuando mostraba pequeñas cuotas de su capacidad. Desde afuera del departamento donde vivían sabía, olía, lo que su madre estaba cocinando. Eso no es gran cosa, cualquiera lo puede hacer…
Nazareno se levantaba en las mañanas y podía conocer y saber todo lo que le iba a pasar durante el día. Su primer respiro matinal le traía aires de futuro.
Con su nariz él podía captar los olores que iba a recorrer durante su día, las comidas, los lugares, el miedo, la alegría, la excitación, marcas de cigarrillos, e incluso el aroma de la afortunada con la que iba a compartir su intimidad. “Qué rico perfume”. ¡Matador!. Siempre la misma frase cínica. Él ya sabía todo lo que iba a pasar, no lo había visto en sueños, ni siquiera imaginado despierto, tampoco presentido gracias a un sexto sentido: simplemente lo había olido por la mañana.
No importaba cuánto había tomado y fumado la noche anterior, el siempre se levantaba con su mundo de olores y perfumes en la nariz. Algunos de sus amigos más íntimos, lo deben haber sospechado. Siempre tenía las respuestas correctas y su día minuciosamente planeado cuando en realidad convivía con su desorden vivencial arraigado en todos los aspectos de su vida. Sólo su nariz imponía el carril a seguir, y por lo general, su búsqueda de presente consistía en hacerle caso a su órgano olfativo hasta encontrar a la chica con la que olería la lujuria y el placer, pero antes debía conocer otras jóvenes hasta encontrar el mismo aroma que había olido en la mañana.
Un domingo se levantó resfriado; una loca noche de tequila y cerveza, y una morocha salida de un colegio de monjas. Frío calor, frío calor = condensación = resfrío x tomar algo frío.
Ese día no olió, pero la amnesia de la noche anterior también le hizo olvidar sus primeros respiros matinales con el futuro del día. El malestar de la resaca le duró hasta el lunes.
El martes fue otro día, pensó que su hígado podría soportar más alcohol; lo soportó.
Miércoles descansó. Jueves, comenzó el fin de semana. Nazareno olía mañana tras mañana, eso le daba seguridad, confianza y una aparente superioridad que nadie más que él notaba.
Una mañana de domingo se despertó, abrió los ojos y la nariz, se sentó en la cama, miró por la ventana, olió su futuro y los ojos le saltaron como nunca. Olió lo que nunca quiso pensar que podría oler, sintió el aroma agrio y vinagroso de su muerte. Pero esta vez, la nariz no le dio la antelación a los actos que siempre le daba. Nazareno olió su muerte y sin poderlo creer, atónito e inesperado, murió de un ataque al corazón.
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